lunes, 28 de mayo de 2007

YouTube, materia prima para el arte

Artículo en ELPAIS.com.
Domingo, 27 de mayo de 2007

Este artículo del diario el País de España tiene una entrevista a Julia Scher, una artista norteamericana preocupada por los efectos psicológicos y sociales de los sistemas de vigilancia cotidiana.

La artista norteamericana Julia Scher plasma en su obra la 'cultura de la vigilancia'

Una nueva cultura

La artista ha estado en el Museo Reina Sofía, de Madrid, y habló de una nueva cultura: la cultura de la vigilancia, del nuevo lenguaje que ha creado y cómo se comporta el individuo

"Amo YouTube", exclama. "Me encanta ver durante horas las vidas de todas esas personas. Es materia prima para el arte. Su papel es de someterlo todo a escrutinio público. No es simplemente un sistema de vigilancia, sino de placer porque el voyeurismo contiene placer". Controlar a las personas en el cuarto de baño, añade, no sólo se realiza a través de una máquina, sino también a través de una corporación, como son mac o windows lo que le lleva a decir que "es el principio de la supremacía del software".

FOTOGALERÍA

YouTube, materia prima para el arte

  • El Gran Hermano cotidiano
  • Una nueva cultura
  • Elemento cotidiano
  • Pasión por You Tube
  • Exceso de vigilancia
  • Pbsesión por la seguridad
  • Privacidad imposible


miércoles, 23 de mayo de 2007

Barcelona - Buenos Aires 2001

Los efectores de la paz social o los individuos no sufren

Emilio Vaschetto

La Plata, junio de 2001

(escrito para la revista Microscopía a dos meses de haber llegado de España y a seis meses de la crisis argentina)


Hay una situación que es harto conocida para muchos de los que viajan a los países llamados desarrollados: los sistemas sanitarios de promoción y prevención de la salud funcionan en su mayoría aceptablemente, hasta incluso en muchos casos mecánicamente bien. Las concesiones que se otorgan a servicios privados, o bien la semiprivatización de las instituciones intenta garantizar mediante el manejo seudoempresarial de la salud un mayor porcentaje de prestaciones médicas para la población y mejoras en la calidad de las mismas. Los laboratorios farmacéuticos son los protagonistas actuales de la investigación de punta y el mayor ente proveedor de dinero para estas investigaciones.
En el ámbito de la salud mental, más particularmente en España, es notorio el alcance que poseen los CSM (centros de salud mental) dispuestos para la atención primaria, la oferta de pisos asistidos y el aporte del gobierno para solventar planes de deshabituación a sustancias tales como heroína (la gran inversión en los planes de mantenimiento con metadona) y hoy día la oferta de 50.000 pesetas (unos 300 dólares) para aquellos fumadores que se encuentren en abstinencia y demuestren la voluntad de dejar definitivamente el tabaco.
Estos pequeños girones de todo un extenso y complejo sistema, este pequeño extracto, nos lleva a pensar algunas cuestiones.
Se escucha por ahí en algunos ámbitos que en aquellos lugares donde ese aparato funciona “la gente no sufre”, “las personas están bien”. Uno rápidamente concluye que hay un acople perfecto entre lo que se espera desde el bien-estar social y la oferta de salud mental. Cada persona que se supone se ha desviado de la “bell curve” porque ha incrementado el número de sus compulsiones, o bien se ha desajustado del orden sociofamiliar (deja de alimentarse, se droga, no trabaja, etc.); tiene derecho a recibir algún modo de prestación o de promesa de curación.
Por poco que se trasunten los caminos y los algoritmos de derivación de pacientes se uno se da cuenta de la ausencia de dispositivos de escucha. Muchos de los que consultan motus proprio no muestran la mínima articulación de alguna demanda, de su relato puede inferirse que no poseen la creencia de que su síntoma podría ser llevado a la consulta con algún profesional de la salud mental. La exclusión compartida de la subjetividad, tanto por el profesional como por el enfermo, hace vislumbrar el horizonte de la felicidad.
¿Qué pasa con lo que desde el psicoanálisis denominamos “síntoma”, qué hay de esa inadecuación fundamental del hombre con el significante, de ese acoplamiento de las palabras y los cuerpos y el surgimiento traumático del goce?

lunes, 7 de mayo de 2007

Formas de intervención en la institución

Formas de intervención en la institución

Modalidades y Lógica: objeto a en la experiencia analítica aplicada a la
organización

“Aguardo pero no espero nada”,
es decir,
“no esperen la resurrección del cuerpo”[1].

Febrero - abril de 2007


1. Hacer equilibrio, cansa. Es un ejercicio en que el cuerpo es puesto en constante resistencia. Los músculos, en juegos de tensión y distensión, contracción y alargamiento, permiten que cada instante sea logro de no caída, cosa que paradójicamente se sostiene sobre un fondo de pérdida. En todo caso, se trata de algo que se acerca a cierta “proporción”, en ausencia de ecuaciones y balances perfectos.
Por eso, entendemos que hay momentos de franca “ida”-”venida”, para un lado u otro, dentro - fuera de la organización.
En el juego, el éxtimo pertenece a algo, pero no todo; está fuera, pero no todo; ni dentro ni fuera, pero dentro o fuera... dentro – fuera, en otra parte… ¿en la a-parte?
Ahí, entre Una y Otra dimensión, sin ser la tercería, se logran instantes de captura que hacen valer el esfuerzo que es de por sí extraño, porque sus consecuencias acaecen siempre que no se las espera, “cuando no se trabaja” para eso.
Este flash, que es luz del instante, conmueve, tiene efectos.
Su ausencia (puro automaton) comporta también consecuencias, porque aquel ciego por la oscuridad no hace más que redoblar efectos de enajenación.


2. La figura del surfing se presta bien a lo que intento transmitir. Hay una ola – con pared, labio, hombro, que hace tubo[2]… –, en que el deportista se sostiene, por efecto de una compleja e intrincada relación de diversas variables, que van desde su pericia motriz, emocional y cognitiva, pasando por elementos de tablas y aguas. En esta línea, no es cuestión de precálculo de coordenadas lo que “hace para uno el día”.
La poesía en el surfing, si es que podemos hacer de eso un “divino detalle”, lo daría el momento en hay para el sujeto un “soltarse”, un fugarse – que no es arrebato, que no es rapto –, cuando lo que aparece es otra cosa. Ahí se conecta, o mejor, se desconecta: “crack”.

3. Puede uno decir que hay buenos y malos “cracks”, con lo que podríamos en dado caso proponer una escala de valores. Que lo diga la niña, esa paciente que en el curso de su trabajo clínico comienza a hacer de la angustia un “afecto efectivo”, esto es, que no engaña, a ella. En consecuencia para, se detiene, en un punto justo, y antes de zozobrar en lo horroroso. ¿No se constituye, en las coordenadas de este rasgo, un punto límite, plausible de ser estación de espera, y en este sentido muerte de aquella chispa de poesía? ¿Es que acaso, mientras el sujeto se constituye respecto a referentes renovados, anula toda posible aventura transportada por aquello que sorprende? ¿Cómo es que aún a la luz del día somos sorprendidos por preciosos destellos?

4. En este contexto hacemos de las frases de Miller cuestiones ajenas a lo obvio. Por eso son causa de trabajo. ¿Cómo? En su clase del 21 de marzo de 2007 – que encontramos en el AMPBlog –, el analista dice: “Aguardo pero no espero nada”. ¿De qué se trata este “dar tiempo”, sino de una postergación, con cierto tinte de confianza, en que justo un anhelo puede hacerse efectivo? Si esto es así, todo momento en que el analista dice no esperar nada (dichosa objetividad), no es más que un campo plagado de fantasmas, sus vicios y perversidades.
Así, y en nombre de falsas desprevenciones y autenticidades, se convierte en pretendiente de Nada, con lo que hace de ella Algo. La dificultad está más que demostrada en la clínica, cuando el analista, entre más “espera nada”, hace de la “nada” un objeto de espera.
¿Qué quiere decir aguardar (attend) sin esperar (espère)?
Dicen que aguardar es “sostener la esquina”, “pasear la calle”. También hace referencia a respetar, guardar (“advertir y avisar a alguien que se aparte del peligro que le amenaza”), detenerse[3]. Entonces, todo aquel que aguarda lo haría respecto a una referencia, es decir, hay finitud. Pero ¿de qué está hecha esta referencia, esta señal? La materialidad de este límite es distinta a la materia usada en la planificación mecánica y estandarizada aplicada en masa. Se trata de un ingrediente que provee, para el acto analítico, ciertas condiciones que permiten al ser humano saberse mortal. En esta línea se trata de una dimensión distinta a aquella que aporta la Eternidad, porque se hace del “no cesar de no” la semilla del no-dormirse-el-deseo.
Se trata, nos dice Miller, de la alternativa a la sedación, medicamentosa o no, hidropónica, u orgánica.
En consecuencia es correcto proponer el “recomienzo” como orientación de una política del pase, en la formación del analista.
En esta línea, “hacer equilibrio”, por el constante “no cesar de no”, diferente a “de una vez para siempre”, es una localización útil en la orientación de la práctica institucional, toda vez que en su fondo se preserve un real. Por esto, en vez de “hacer equilibrio”, la cuestión merece reformularse como un “estar haciendo equilibrios”… Pero, nuevamente, ¿cabe esto como fórmula de fantasma “analítico”, a partir del cual espera algo? ¿Cómo escapa el analista a lo que de fantasmático otorgan los conceptos (de doctrina analítica o “subjetiva”), a la hora del “acto analítico”?

5. Ahora, si he hablado de cansancio no es para referir una cuestión insoportable. En medio del trabajo constante para un momento de sostén en la cuerda (floja) existen puntos fugaces, que permiten cierta captura de un trozo de motivo (léase causa).
Así, lo que parecía agotamiento, desaparece de pronto bajo un manto que cubre y a la vez empuja (motiva) al sujeto. Esta cosa es sentida a posteriori como entusiasmo, que resulta en nivel equivalente a aquella mudanza que va desde el desfallecimiento a la viveza, desde el sueño al despertar.
¿Cómo hacer eficaz esta captura (del punto fugaz), si al nombrar algo de la nada, se pierde ya su carácter “nadífico”? ¿Cómo plantear que siendo semblante, hay algo del significante que permite cierto aprisionamiento de sentido que implica algo de real, del vacío del objeto?
Justamente por este recomenzar se logra lo que la angustia y el síntoma implican: “lo que no cesa de girar en redondo, no cesa de escribirse”, siendo una “conexión necesaria que transporta sentido a lo real”. En esto el síntoma “es la infracción sintomática” (digo: contravención simbólica), porque conserva un sentido en lo real, que no es dato Universal (lo que asociamos con el tema del Tipo Clínico[4])

6. En línea de conservar un sentido en lo real, tenemos la interpretación, pensada desde “lo simbólicamente real”, es decir, no concebida como un significante particular. Más bien, se trata de “un modo nuevo, un modo de existencia nuevo del significante, al menos un nuevo uso del significante que no tendría, como lo real ninguna especie de sentido”. De allí su referencia a la poesía, en tanto “solo la poesía permite la interpretación”, cuyo efecto de sentido está atado, de manera indefectible, a un “efecto de agujero, un vaciamiento”, que a su vez la hace adecuada al tema del objeto.

Presento para su consideración el siguiente material como efecto de un deseo de dar lugar y reordenar (luego de un control previo) a lo que ha sido hasta hoy una experiencia institucional, en un internado para niños de 0 a 18 años de edad.
El modo particular en que me articulo con la organización, así como otros de relación e historia con diversas entidades, son dejados de lado en esta ocasión. Me centro en aquello que me ha hecho pregunta, no solo en términos de la atención clínica en un marco organizacional, si no en particular a lo que implican acciones que en cualquier modo pudieran igualarse a aquella tarea de cualquier profesional “psy”, del campo administrativo, de personal, en logística, entre otros.
Si bien esta confusión puede darse cuando se trabaja en la consulta privada, es en este espacio cuando la pregunta por la práctica se hace más fuerte. Esto me ha llevado a escribir, a ordenar, a presentar y trabajar, acá.

Hay un punto que he considerado, hipótesis a constatar: toda acción da cuenta del estado del sujeto en relación a su Otro.
Aquel que en análisis se encuentra, estará constituido, orientado, por una política particular. De allí que más allá del pensamiento, su hacer deviene destino, o mejor: se revela un deseo vinculado a un destino.

En articulación con aquella estructura jerárquica de la organización, contando con la propuesta de la complejidad (relación entre elementos a modo de células interconectadas, multiconectadas), me sirvo de aquella topología según la cual no hay en el centro más que un vacío, diferente a la nada. Allí, y con un real infinito, al que se define y sobre el que se sigue edificando, está el artefacto-escuela, uno de los semblantes con lo que se “encara” la formación de una vida. Por eso, eso inventado, cuando no hay nada, puede ser propuesto como acción lacaniana.

[…]

Astrid Álvarez de la Roche
psicóloga, analista
NEL - Bogotá
astaldelar@hotmail.com
linksocial@gmail.com


[1]“« J’attends mais je n’espère rien », soit , « n’espérez pas la résurrection du corps »”.
Reseña del curso de J.-A. Miller, extraída en marzo de 2007, del sitio http://ampblog2006.blogspot.com/2007/03/la-orientacin-lacaniana-curso-del.html
Lo anterior apareció en amp-uqbar, mensaje Ten Line News N° 319, del 26 de marzo de 2007.

[2]
Definición de “surf”, del mes de abril de 2007, extraída de http://es.wikipedia.org/wiki/Surf


[3] http://buscon.rae.es/draeI/

[4]
Como puede encontrarse en el 4to Boletín (noviembre de 2006), del III Encuentro Americano (XV Encuentro del Campo Freudiano), a llevarse en agosto de 2007, en Belo Horizonte. El texto puede leerse en http://www.eamericano2007.com.br/eamericano/newsletter/b4esp.htm




Acerca de la Interconsulta

Título: “Las palabras no son piedras”.
Raúl Solari

El 27 de diciembre de 1810, el Dr. Achille-Cléophas Flaubert, en su “Disertación sobre la manera de tratar a los enfermos antes y después de las operaciones quirúrgicas”, presentaba ante la Facultad de Medicina su perspectiva respecto de la polémica que había opuesto a cirujanos y médicos a lo largo de todo el siglo XVIII y que aún duraba.
“El cirujano, que tan grande se muestra en las maniobras de la operación, para las que se necesitan conocimientos precisos de anatomía, destreza en la mano, finura en casi todos los sentidos y fuerza en el espíritu, solo lo es cuando, reuniendo a estas preciosas ventajas las del fisiólogo y del médico, considera el temperamento general de su sujeto, el temperamento parcial de sus órganos, la influencia de todas las cosas que puedan tener relación con su enfermo, y busca y aplica, tanto antes como después de la operación, todos los medios que deben contribuir a un feliz resultado. Solamente entonces merece el nombre de cirujano o de médico operador. Relaciona dos ciencias, la medicina y la cirugía , que siempre quieren andar juntas y que se debilitan y tambalean no bien se las desune ... Sus funciones se extienden antes, durante y después de la operación: primero es médico, después cirujano y por último vuelve a ser médico”.
Ideas hoy triviales, pero que en su tiempo se hallaban, como él mismo dice, “demasiado descuidadas”. Reconoce que muchos de sus colegas no se preocupan por ellas: “De los cirujanos puede decirse que han descuidado demasiado las atenciones debidas a los enfermos antes y después de la operación, y en parte se les puede dirigir el reproche que se le formuló al hermano Jacques de Beaulieu, quien nunca preparaba a los individuos que debía operar y dejaba por cuenta única de Dios el cuidado de su cura después de la operación...”. En otros términos, no todos los médicos son cirujanos, pero todos los cirujanos deben ser médicos; y cuando lo son, alcanzan “la grandeza real”.

Introducción:
Conocemos, muy de cerca, la soledad de nuestra tarea frente a lo que encontramos y escuchamos a diario en el espacio que nombramos como “consultorio”. Sin embargo, el ámbito institucional, el Hospital General más precisamente, nos da la posibilidad, si estamos dispuestos a tomarla claro, de trabajar con otros, en la medida en que seamos capaces de generar ese encuentro. Un encuentro que implica también desencuentro, desencuentro estructural, no pleno, desencuentro como lo imposible que debe ser tenido en cuenta y puesto en juego. No todo es posible. Se trata de hacer con lo que hay, cada vez.

La viñeta:
Un paciente internado a causa de su pie diabético recibe al cirujano en la habitación. Este lo revisa y le dice: “mañana angioplastía y si no funciona te corto la pierna”. El paciente lanza un grito de dolor por lo que empezó a operar sin anestesia. El familiar que lo acompañaba y que lo sigue acompañando, se dirige al cirujano para expresarle su interés por contar con una segunda opinión. El cirujano responde: “es una familia de dementes. Si cada paciente va a pedir una segunda opinión, cómo podemos hacer nuestro trabajo?”, al cabo de lo cual, se retira. El jefe del sector solicita la Interconsulta en función de el aumento del dolor que expresa el paciente desde ese momento, el enojo de sus familiares que han planteado la intención de denunciar al cirujano y la necesidad de evaluar al paciente para verificar si está o no en condiciones de ser conducido al quirófano.
Nos acercamos hasta el paciente que emitía una queja constante y monótona de dolor mientras masajea su pierna y el que habla es su hijo. Que desde ese día los calmantes dejaron de calmarlo, que él quería golpear al cirujano, que quería denunciarlo, que le recomendaron que no lo hiciera, que aparentemente está en buenas manos, que pidió una segunda opinión y le dijeron que primero la angioplastía y que si eso no daba resultado quizás hubiera que llegar a la amputación, que desde ese día el papá no dejaba de sufrir, que no lo podía seguir viendo así y que no sabía qué hacer.
La intervención se dirigió a subrayar que:
Básicamente uno y otro habían coincidido en el diagnóstico y el tratamiento.
Que el primer paso era la angioplastía y que si no era suficiente quizás hubiera que llegar a la amputación.
Coincidían en el diagnóstico y el tratamiento y se diferenciaban en el modo de decirlo.
Que pedir una segunda opinión no implica un acto demente. La primer opinión es la del paciente respecto de lo que le pasa, esa opinión que sostenida durante los últimos 15 años lo trajeron de este modo hasta aquí. Hablar con el cirujano ya implica la segunda opinión, aunque él no lo sepa. Que alguien puede ser reconocido por el excelente manejo del bisturí en sus manos y también por el desastroso manejo de las palabras en su boca.

La lectura:
Es una consulta que apela a lo que no anda del discurso Amo. Entre el S1, el ideal, lo que tendría que ..., para el médico, para el paciente. Y el S2, el saber, algo que hace cuestión. El Inter se ubica entre el discurso Amo y el saber. Inter es el sujeto, entre dos significantes.
Los dos cirujanos comparten el mismo ideal de la ciencia. Uno de ellos lo modaliza de un modo distinto y es lo que resuena diferente en el sujeto. El paciente no cuestiona a la ciencia, sino la modalización.
Lo novedoso guarda relación con la posición que el paciente asume en relación a su patología y a los dichos. Un paciente que pregunta: a qué tengo derecho? Derecho como ficción simbólica que es operativa en el mundo. Y la dimensión del dicho se verifica en la dimensión del hecho: dejó de quejarse, dejó de manifestar sufrimiento en el transcurso de la entrevista. El alivio proviene del malentendido. Se trata de inventar una manera de leer. Se trata de la modalización del dicho, cuestión entre lo dicho y el decir, la enunciación, que no es otra cosa que la posición que quien enuncia toma en relación al enunciado. Siendo esa posición el propio sujeto. Podríamos preguntarnos: dónde está el sujeto? Y responder entonces: en la posición frente al dicho. El sujeto no es un dato sino una discontinuidad en los datos.
La rectificación subjetiva implica el pasaje, de quejarse de los otros a quejarse de sí mismo. El acto analítico se dirige a implicar al sujeto en aquello de lo que se queja, es decir, que ubique su responsabilidad en lo que ocurre.
El sujeto sufre, sin embargo el hecho de hablarle al analista le permite tomar cierta distancia respecto de su sufrimiento y eso, lo comprobamos, puede producir alivio inmediato.





jueves, 3 de mayo de 2007

MONOGRAFIA DE GASTON COTTINO (ROTANTE DEL HOSPITAL EL SAUCE - MENDOZA)

MONOGRAFÍA FINAL: “EL DELIRIO: FENÓMENO Y ESTRUCTURA”

Lic. Gastón Cottino

Director: Lic. Mirta Fiore
Co- Director: Dr. Emilio Vaschetto

Mendoza
2007

BREVE FRAGMENTO A PROPÓSITO DE UNA INTRODUCCIÓN E INTRODUCCIÓN.

“El tren se detiene en la estación y abre las puertas para que subamos. No es una hora pico no obstante hay bastante gente, muchas de ellas paradas y otras sentadas en el piso del último vagón, el furgón como le llaman, algunas de ellas están mirando para nuestro lado a través de ese zigzagueante pasadizo que los comunica con el resto del tren. Me llama la atención un asiento desocupado que enfrenta de manera transversal aquel pasaje y da al último vagón, y como voy leyendo, “Historia de la Locura en la Época Clásica” de Michelle Foucault, decido sentarme; leer parado, sosteniendo el libro con la mano que no uso para agarrarme, suele ser incómodo.
Mientras Foucault se paseaba por los laberintos de la razón hasta llegar a su mismo centro, allí donde se levanta el castillo de la locura, yo decido hacer una pequeña pausa y levantar un poco la vista, mirar alrededor, las paredes pintadas con aerosol que corrían al lado nuestro, y pensar un rato. Pero me sorprende otra mirada, otras miradas. Son dos jóvenes, a los cuales no les doy más de 15 o 16 años, que tirados en el último vagón, levantan la nariz de la bolsa de pegamento, casi simultáneamente con migo, y me observan, como si mi mirada les despertara cierta curiosidad.
Vuelvo a mi lectura y al poco tiempo se desocupa un asiento justo enfrente al mío. Uno de aquellos chicos lo ocupa, ya sin bolsa de pegamento y dedicándose a mirar por la ventana. Entonces yo vuelvo a hacer una pausa y me pregunto si todo esto no podría ser parte de otra escena, de algún relato por escribirse, el cual, por qué no, también podría hablar sobre la historia de la locura.”

Valga este fragmento como introducción y como modo de plantear un interrogante acerca de lo que hemos denominado patologías mentales en relación a las cuestiones que hacen a la época, o a las épocas mejor dicho, ya que el saber actual de determinada disciplina, por evolucionado que se pretenda, no debería omitir el valor de lo construido hasta ese momento, como así tampoco las condiciones en que se efectuó dicha construcción.
De todas maneras el alcance de este trabajo es mucho más modesto, y si bien intenta dar cuenta del fenómeno y la estructura del delirio, hay bastantes puntos de relevancia que deja por fuera. A saber: recorto sólo una parte de la teoría de aquellos autores seleccionados en el apartado sobre el fenómeno en psiquiatría clásica, sé que conceptos básicos de las teorías de cada uno de ellos quedan por fuera; tampoco profundizo en aspectos sociológicos, los cuales son de relevancia en la evolución y definición del concepto; no profundizo en teorías más nuevas del delirio como las que neurolingüísticas o la correspondiente a la última enseñanza de Lacan; no me detengo demasiado en cuestiones que hacen a la dirección de la cura en la psicosis; y en cuanto a otros autores dentro del campo del psicoanálisis acoto el sesudo trabajo freudiano a algunos puntos y no abordo la escuela inglesa ni a las líneas del yo.
Asimismo mencionaré la definición de idea delirante que da el DSM IV R pero no realizaré una crítica de la misma por adherir, aunque parcialmente, a aquella advertencia que se hace al comienzo del manual, y que a mi modo de ver implica que debe ser usado mayormente por clínicos e investigadores cuya formación y conocimientos no se basen exclusivamente en el uso del dicho texto[1].
“Idea delirante: Falsa creencia basada en una inferencia incorrecta relativa a la realidad externa que es firmemente sostenida, a pesar de lo que casi todo el mundo cree y a pesar de cuanto constituye una prueba o evidencia incontrovertible y obvia de lo contrario. La creencia no está aceptada ordinariamente por otros miembros de la subcultura o cultura a la que pertenece el sujeto (p. ej., no es un artículo de fe religiosa). Cuando una creencia errónea implica un juicio de valor, sólo se considera idea delirante cuando el juicio es tan extremo que desafía toda credibilidad. La convicción delirante se produce a lo largo de un continuum y a veces puede inferirse del comportamiento del individuo. Con frecuencia es difícil distinguir entre una idea delirante y una idea sobrevalorada (en cuyo caso el individuo tiene una creencia o idea no razonable, pero no la sostiene tan firmemente como en el caso de una idea delirante). Las ideas delirantes se subdividen de acuerdo con su contenido. Algunos de los tipos más frecuentes son los siguientes: celos delirante, congruentes con el estado de ánimo, de grandeza, de referencia, de ser controlado, disfunción del pensamiento, erotomaníaca, extraña, inserción del pensamiento, no congruente con el estado de ánimo, persecutoria y somática.”[2]
Debo destacar aquí que si bien algo de esta definición es observable en la clínica, hay otras tantas cuestiones que atañen a la fenomenología del delirio y no es otro el recorrido que se plantea desde la psiquiatría clásica. Y si bien se encuentran algunas maneras de explicar estos observables en los trabajos de aquellos autores, la perspectiva en la que se apoya este trabajo esta dada por la estructura, no como algo que está más allá del fenómeno, sino como algo que es el fenómeno mismo, pero claro que considerado desde la estructura del lenguaje y los mecanismos inconcientes. Es esta la orientación general de esta monografía.
Comenzaré situando algunos puntos sobre la locura y el delirio cuando aparecen imbricados con la sinrazón, aspecto del cual de algún modo aun somos tributarios. Luego desarrollaré un recorte del fenómeno en autores clásicos, cuyas observaciones y postulados considero mayormente pertinentes a la hora de pensar la clínica actual. También destacaré aquellos fenómenos que se relacionan o se pueden confundir con el delirio pero que esencialmente no lo son como: la idea fija, el delirium y la creencia. Ya entrando en el campo propio del psicoanálisis a través de Freud y Lacan presentaré la arquitectura del delirio para finalmente postular algunas conclusiones que incluyen sugerencias clínicas.


1°- UNA APROXIMACIÓN DESDE LA SIN RAZÓN EN LA ÉPOCA CLÁSICA.


Este apartado se propone hacer una cronología y una crítica respecto de cómo se ha ido entramando el concepto de sin razón en relación tanto a la locura como al delirio, conceptos indisolublemente ligados durante la época clásica. Al mismo tiempo se irán reconociendo algunas formas, modos de pensamiento, concepciones subyacentes, no siempre ajenas a la praxis actual en el campo de las psicosis.
Sitúo el comienzo cronológico de esta revisión en los albores del siglo XIV, cuando la locura adquiere la fuerte impronta de “exclusión” de tipo social que la marcará durante los restantes siglos aunque de maneras diferentes. Es también durante esta época que el delirio se mezclaba en forma indisoluble con aquella, presentándose como uno de sus sinónimos; lejos estaban los tiempos en que este devendría una de las formas de la sin razón y luego un síntoma. Es la época en que la locura permanecía fuertemente asociada a la lepra, que los cruzados habían traído de oriente; razón por la cual era excluida. No obstante se esperaba de los alienados, al igual que de los pobres, los vagabundos y delincuentes, que sean incluidos nuevamente en la ciudad a través de la fe.
Ya en el siglo XV se pueden reconocer las construcciones del imaginario acerca de la locura a partir de los pintores y humanistas. Goya muestra a la locura como revelación de lo onírico, desde aquella frase escrita al pie de su obra homónima: “el sueño de la razón produce monstruos” (que además tiene un claro sentido equívoco si se la piensa desde la locura como sin razón). La locura es la imagen fantástica entre el ser y la nada que reabsorbe toda la realidad del mundo, siendo “el delirio la destrucción pura (…) Toda esta trama de la apariencia y del secreto, de la imagen inmediata y del enigma reservado que se despliega, en la pintura del siglo XV como la trágica locura del mundo”[3]. Sentido trágico que se conservará en la literatura desde Cervantes y en las corrientes filosóficas desde el humanismo, a partir de Erasmo, pasando a formar parte del universo del discurso, pero ahora perteneciéndole al hombre, pues a decir de Pascal: “los hombres son tan necesariamente locos que sería estar loco de alguna manera el no estar loco”.[4]
Ya en el renacimiento y sobre todo a partir de Descartes se produce la separación entre locura y sueño, quedando aquella, del lado de la sin razón, característica que, a mi modo de ver, sigue llevando hasta nuestros días. El pensador lleva adelante este proceso a partir de la duda y de la analogía entre el durmiente y el alienado.
Sostiene Descartes “cuando no hay indicio cierto que pueda separar el sueño de la vigilia, evoco imágenes del sueño y las comparo con la vigilia. (…) el sujeto meditante puede seguir seguro el camino de su duda (…) lo que pude haber sido yo mismo, desde el fondo de mi memoria sube a ese soñador que he sido yo mismo y que seré de nuevo. (En tanto que) la locura deforma y transporta, suscita otra escena (…) para el sueño la imaginación onírica se fija exactamente sobre la percepción real”[5]. Punto que en última instancia remite a lo real de una percepción y la claridad de una conciencia que en alguien que ha soñado no evoca una “otra escena”, que sería propia de la locura.
Respecto de los temas y del ejercicio de la meditación (o contenido del delirio en el caso de la locura) concluye que la vividez de imágenes entre el sueño y la vigilia puede no diferenciarse; pero que la incompatibilidad entre estas y la locura no se puede experimentar sino verificar. “Sería loco hacer el loco (y renuncio a ello) pero ya es tener la impresión de dormir el pensar en dormir (y es ello lo que voy a meditar)”[6].
Continua: “La locura es excluida por el sujeto que duda para poder calificar como sujeto dudante. Pero no queda excluida como objeto de reflexión y de saber”. ¿Y esto por qué es así?, porque el autor separa a los “actos efectuados por el sujeto meditante” que son los sueños y las reminiscencias, de los “efectos producidos en el sujeto meditante” que serían el estupor, el asombro y la locura. Pero, no obstante esta referencia que puede tener algún asidero si se quiere fenomenológico, Descartes termina su argumento diferenciando razón de sin razón: “Si dudara de todo este sistema de actualidad ¿aun sería razonable?”[7]. Siendo esta actualidad, entendida como “lo vivo y lo próximo”, es decir, la experiencia sensible inmediata del sujeto o la realidad considerada como objetiva en tanto y cuanto no se puede dudar de ella. Pareciera que también aquí la duda hiperbólica encuentra un punto donde detenerse, de modo análogo a lo que sucede con el argumento del dios que no engaña y el genio maligno. Y concluye: “En efecto los locos se hacen por completo la ilusión de lo que constituye su actualidad”[8].
Foucault le da otra vuelta de tuerca al asunto al hacer una traducción diferente a las anteriores. Destaca que cuando Descartes hace alusión a la locura lo hace con dos términos diferentes del latín. Por un lado, demens – amens: término extraído del campo jurídico que hace alusión a la incapacidad; e insanus: el cual hace alusión a la imaginación y a los signos médicos. El primer término, demens, es utilizado para aludir a aquello en lo cual se convertiría si él no fuese razonable y el de insanus para realizar la comparación con la locura en cuanto al meditar, soñar o imaginar. Se pregunta entonces si la locura no debería ser excluida de la duda, ya que es concebida por el autor a partir de la imaginación, generándose una discontinuidad entre las pruebas que el filósofo realiza para el sueño (a partir del mecanismo de la duda puesta en relación con las vivencias y la memoria) y las que realiza para la locura (desde la imaginación y puestas en relación con las vivencias).
Continuando un poco más adelante en la época nos encontramos con otros mecanismos explicativos, los médicos, que no se alejarían demasiado de la honda huella trazada por Descartes. Estos mecanismos guardaban relación con “una doble proyección: la de la enfermedad en el enfermo y la de la supresión de la enfermedad en el médico. (…) Todo un mundo de símbolos y de imágenes va a nacer desde el médico, con su enfermo inaugurando un primer diálogo (…) Pero es en el interior de esas formas patológicas donde se efectúa el verdadero trabajo del saber”[9]. Es de esta manera que se va construyendo el saber respecto de la locura en el campo médico, sobre la base de la relación entre el médico y el enfermo. Discurso que no sólo tendría consecuencias en cuanto a la enfermedad sino también en cuanto a la responsabilidad del loco para con la sociedad. Lo cual se pondrá claramente en evidencia cuando Esquirol plantee a la locura como localizada en un solo punto y al delirio como pasando por un solo tema, siendo el loco, razonable por fuera de este, y actuando el delirio en hechos delictivos como el asesinato.
Ya en el siglo XVIII y principios del XIX el delirio aparece como nuclear en la locura. Los alienistas colocan como causa de esta a los acontecimientos del alma, ya sean violentos o exageradamente intensos, pudiendo situarse entre estas a la pasión como causa más constante y obstinada, pero también como aquel punto de contacto entre el cuerpo y el alma. Para Esquirol, según su tesis doctoral, las pasiones serán tanto la causa como el síntoma de locura, así como el modo de curar al enfermo a través del tratamiento moral.
De esta manera comienzan a dividirse dos formas de delirio, por un lado será un síntoma propio de las enfermedades del espíritu, particularmente de la melancolía[10]. Según Sauvages: “Solamente alguna fibras resuenan en el melancólico, y son aquellas que corresponden al punto preciso donde se localiza su delirio. Al contrario, el maníaco vibra ante cualquier excitante, y su delirio es universal”[11]. Y por otra parte, el delirio tendrá la cualidad de implícito que existe en todas las alteraciones del espíritu, lo cual se transparenta en los gestos silenciosos, las violencias sin palabras o extrañezas de la conducta.
Será entonces la locura la existencia bajo las alteraciones del cuerpo, bajo la extrañeza de las palabras, de un discurso delirante; cobrando allí valor el significado etimológico de la palabra delirio, la cual deriva del latín “de”: “fuera”, y “lirare”: “arar”, vecino de “lira”: “surco”; lo cual quiere decir algo así como: “apartarse del surco”, siendo ese surco el camino recto de la razón. De esta manera, a partir del delirio, el lenguaje pasa a ser la estructura primaria (en tanto superficial, sintomática), y última (como aquello que mueve a la pasión) de la locura, subordinando el alma a la estructura de un discurso.
No obstante ya se conocía que el delirio respondía a las leyes de la lógica, entonces la pregunta que surge es: por qué aun a pesar de su coherencia lógica es considerado por fuera de la razón. La época clásica no formula la respuesta pero M. Foucault deduce algo de la consideración del sueño y del error, que son dos elementos siempre presentes en las definiciones de alienación de la época, en estrecha relación con la sinrazón. Sinrazón que es también una razón deslumbrada en la imaginación del loco, la cual si bien tenía alguna significación a reintegrar en el saber del hombre no alienado, sobre todo para los humanistas, es parte de lo que Descartes desligará de la verdad propia de la cordura.
Pero llega el nacimiento de la psiquiatría y Pinel entra a tallar en la época, adhiriendo al humanismo y propugnando un diálogo entre el médico y el enfermo, que se cristalizaría en el tratamiento moral; y por otra parte, armando una psicopatología en función de los tipos sociales. Este modelo consideraría la curación como la reincorporación a un tipo social moralmente reconocido y aprobado.
Así mismo se da un cambio el modo de ver la locura, de la mano de Pinel y Esquirol por el lado de la psiquiatría y de Janet, Cabanis y Ribot por el lado de la psicología o el trabajo experimental. Estos investigadores van armando una verdad objetiva acerca del alma humana a partir de su negatividad, del contacto con el no ser y con el error, ya que no se conocía otra positividad que el lenguaje del delirio. Es entonces que, de manera tal vez paradójica se conoce a la personalidad por su desdoblamiento, a la memoria por su ausencia, al lenguaje por las afasias, a la inteligencia por su debilidad, etc.
Al final de la época clásica quedan entonces escindidos, por un lado: la enfermedad y lo orgánico, aquello con lo que podía tratar el médico; y por otro lado el discurso, la psicología y la sinrazón, como tal escindida de la naturaleza. Y es en este punto que Foucault rescata a Freud como quien restituye al pensamiento médico la posibilidad de diálogo con la sinrazón, a partir de retomar a la locura a nivel de su lenguaje.
2° CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIA DEL CONCEPTO DESDE UNA PERSPECTIVA CLÍNICA

Este apartado buscará correlacionar aquellos aportes que resuenan desde la psiquiatría clásica, seleccionados a partir de la relevancia para la lectura, tanto fenomenológica como estructural, del delirio que pretendo hacer aquí. Dichos aportes, que no pretenden ser exhaustivos, buscan dar cuenta de cómo a lo largo de la historia de la clínica se fueron haciendo avances y descripciones que son muy valiosas para pensar el trabajo actual con las psicosis y el delirio.

1º Tomas Hobbes (1588-1679): su psicología se basaba en que las acciones humanas están fundamentalmente en las causas materiales, así como el conocimiento tiene su origen en la percepción sensorial. Respecto de la locura sostiene que existe una legión de éstas pero que no es su comportamiento agitado lo que la caracteriza sino el delirio.
2º John Locke (1632-1704): dice el autor: “Los locos, en cambio, parece que padecen el extremo contrario porque no veo que hayan perdido la facultad de razonar, sino que habiendo unido muy fuera de propósito algunas ideas, las toman por verdades y yerran como los hombres que razonan bien pero que han partido de principios equivocados. Porque después de haber convertido esas fantasías en realidades por la violencia de su imaginación no dejan de sacar bien las deducciones que de ellas se siguen”[12]. Establece también dos mecanismos para la formación del delirio: que por alguna prolongada atención sobre una misma clase de sentimientos o una violenta impresión, permanezcan unidas algunas ideas. De esta manera fija los primeros modelos de asociación de ideas a través de la razón.
3º Introducción al siglo XIX: Para los autores de este siglo se pone en juego una nueva visión del ser humano que supera a aquellas heredadas de la Ilustración y el cristianismo, las cuales abogaban por una división del hombre entre cuerpo y alma. Así Destutt de Tracy (1754-1836) definirá a la ideología como el análisis de las ideas básicas para cualquier tipo de conocimiento, dando lugar a la ideología médica en la que luego se adentrará su amigo y compañero de grupo Cabanis con el estudio de las bases fisiológicas de las ideas. Estos grupos incluían entre sus temas a la ideología: médica, filosófica, política, económica y ética; dando lugar al propósito de construir una ciencia empírica de los fenómenos psíquicos. Se va conformando de esta manera una nueva visión del ser humano, como una entidad capaz de interactuar con su entorno, dotado de instintos (sexuales, de supervivencia, etc.) y de sensibilidad. Esta posta la toman los directores de asilos para que años más tarde se incorporen los catedráticos; y todo esto enmarcado en un contexto socio económico dado por el capitalismo social en expansión y la emancipación política de la burguesía.
Hasta este momento (año 1800) el delirio era considerado como locura, delirio onírico o delirio propiamente dicho; dando cuenta de una alteración del razonamiento y del juicio (sinrazón) causado por una enfermedad orgánica; diferenciándose del delirio orgánico (delirium) que como tal se caracterizaba por la fiebre y su transitoriedad.
4º J. F. D. Esquirol (1772-1840): Para Berrios y Fuentenebro, la concepción del maestro de Esquirol, Pinel, no aporta demasiado a la concepción del deliro ya que sólo lo considera una alteración del juicio sin especificar nada más. No obstante su discípulo incluye dentro de estos a las alucinaciones, sin establecer con claridad la relación entre ambos fenómenos. Además establece etimologías y variedades del delirio, pudiendo ser febril o vesánico, original, sintomático o simpatético y mono o muli-ideativo, estando en relación a ideas, sensaciones y acciones extrañas, o apareciendo como alteración de la voluntad. Así mismo podía abarcar todas las funciones mentales (intelecto, emociones y voluntad) superando la concepción intelectualista de los británicos y dando origen a la noción de delirio como síntoma[13].
5° J. P. Falret (1794-1870): Parte de la concepción de su antecesor en cuanto al deliro como síntoma pero le agrega la idea de que el sujeto no tiene conciencia del carácter mórbido de su estado; también distingue 4 factores: espontaneidad de la acción del cerebro, características individuales y moral del enfermo, circunstancias que lo rodean en el momento en que comienza el delirio y sensaciones en marcha. Además introduce una clínica que repara en los pequeños signos, el período de prodromo y los faits negatifs (que más tarde serían los síntomas negativos). Respecto del delirio también distingue 3 grados en función de: cuán accesible es al razonamiento, las posibilidades de su interpretación y la tenacidad. Describe así 3 etapas en la construcción del delirio: incubación, sistematización y cronificación. En el final de su teorización el delirio sería más un estado (delirium) que un síntoma, lo cual da cuenta para algunos autores actuales del modelado que el concepto de psicosis fue teniendo a partir de la fenomenología del delirio.
6° Charles Lasegue (1816-1883): Analiza con meticulosidad la diacronía del delirio, partiendo de la duda hasta la certeza a través de los mecanismos de razonamiento. Aunque postula que la formación del deliro paranoico también puede formarse por un mecanismo proyectivo, lo cual se constituye en una anticipación de la conceptualización freudiana. Publica en 1881 “El delirio alcohólico no es un delirio sino un sueño” en donde afirma entre otras cosas: el predominio de alucinaciones visuales en el delirium tremens y la existencia de alucinaciones auditivas en el alienado; que el sueño del alcohólico es idéntico a su delirio mientras está despierto, suerte de continuidad que no se da en el alienado; y que el delirio del alcohólico puede cesar momentáneamente.
7° J. J. Moreau (de Tours) (1804-1884): Vinculado a la literatura a través del “Club del Hachichins” de París, donde intelectuales y poetas como Baudelaire se entregaban a “paraísos artificiales” a los que ingresaban a través del canabis. Interno de Esquirol emprende un viaje a Oriente acompañando a un paciente, experiencia que queda plasmada en “Du haschich et de l’alienation mentale” (1845), a partir del cual se transforma en un pionero en la descripción de los efectos del tóxico en la psiquis. Allí concluye que los accidentes del delirio tienen siempre su origen en una “modificación intelectual primordial”, que la naturaleza del delirio es idéntica a la del estado del sueño y que existe un continum entre locura y normalidad. Con esto produce un giro respecto a la concepción que se podría llamar “asociacionista” del delirio: “¿No es un hecho de la observación común que todos nosotros tenemos asociaciones equivocadas de ideas pero que no permitimos ser guiadas por ellas?”[14]
8° Wilheim Griesinger (1817-1868): El delirio sería para él siempre secundario respecto del dolor moral, de afectos o alucinaciones y se diferencia claramente de las creencias erróneas del hombre normal. Fundador de la psiquiatría alemana, introdujo en el delirio a las transformaciones del yo, el cual sería el sitio en el que las representaciones se encuentran formando distintos complejos que encadenados ocupan la conciencia. Y si bien separa la psicosis afectiva de la delirante o del entendimiento, el período inicial de la Verrückheit (paranoia, concepto que aun estaba en ciernes) se caracteriza por un episodio maníaco o melancólico. Hoy se considera que esta concepción de “psicosis única”, la cual se compone de distintas etapas desplegadas en la diacronía, es un antecedente del modelo de psicosis que retoma el psicoanálisis.
9° Jules Cotard (1840-1889): La forma del síndrome que lleva su nombre se compone de tres características: negación de órganos, sentimiento de inmortalidad y negación del mundo. En lo que comienza como un delirio hipocondríaco, en el que sus pacientes dicen que sus órganos no están y que sólo les queda “la piel y los huesos de su cuerpo desorganizados”[15], que tampoco poseen alma ni necesitan comer para vivir ya que vivirán eternamente, no obstante se lamentan de vivir eternamente. Asimismo, en el delirio del las negaciones, presentan su negativa y oposición a todo lo que se les pide.
10° Clemens Neisser (¿?): Con una gran fineza semiológica apunta a los fenómenos mínimos cuya estructura es inherente a la paranoia, distinguiendo dos tipos de síntomas: los síntomas secundarios y la significación personal. Esta última es un “proceso mental defectuoso que se manifiesta en la manera de interpretar de los enfermos, al margen de las emociones y sin saberlo ni quererlo, las representaciones ofrecidas a su conciencia como algo especialmente relacionado con su persona.”[16]. Este fenómeno cursa con un vacío de toda idea al principio y se caracteriza principalmente porque el sujeto tiene la certeza de que se lo alude a él. Luego del vacío se puede constituir una significación personal aumentada y luego un sistema delirante o estado delirante crónico con su respectiva sintomatología, la cual será siempre secundaria. El concepto de significación personal será retomado por otros autores como: Wernicke, Kraepelin, Lacan, etc. como síntoma clave del inicio de la psicosis.
11° Jules Seglas (1856-1939): Para este autor el delirio debía ser más específico en su descripción a los fines de delimitarse más claramente de otros fenómenos como las ideas fijas inconcientes, las ideas obsesiva y las prevalentes. En este sentido las ideas delirantes se caracterizan por ser tenidas por verdaderas pero sin verificación previa, sin poder ser criticadas y conllevando una modificación de la personalidad. Establece una diferenciación entre tres modalidades de delirio. El delirio de inferencia está construido a través del razonamiento lógico normal que parte de premisas falsas, logrando una convicción inquebrantable asociada a la personalidad individual, la cual se caracteriza por el orgullo y la desconfianza; las ideas propias de este delirio existirían ya como elementos inconcientes pero sin poder ser inhibidas por la conciencia. El delirio de percepción posee su origen en ilusiones o alucinaciones y el delirio por simbolismo verbal se forma por los vínculos asociativos puramente formales entre las palabras. En tanto que para el melancólico sostiene que el delirio es un ensayo de explicación a un estado cenestésico penoso.
12° Richard Von Kraft-Ebing (1840-1902): Este discípulo de Meynert diferencia entre ideas delirantes de origen psicológico congruentes con el estado de ánimo y asociadas por el razonamiento, y el delirio incongruente con los afectos que produce sorpresa e inquietud en quien lo padece. Otra diferencia establecida se refiere a la idea del hombre alienado y el error del hombre sano: “Ambos pueden creer en la existencia de brujas, por ejemplo. Pero este último cree por superstición, por estrechez mental, mientras que el primero cree porque las siente y se siente amenazado por ellas”[17]. El delirio de querulancia aislado por este autor será luego retomado por Kraepelin.
13° Valentín Magnan (1835-1926) y Paul Sérieux (1864-1947): Para estos psiquiatras la evolución del delirio consta de cuatro etapas: a- incubación: inquietudes, significación personal, alucinaciones del oído y desconfianza; b- persecución y sistematización: se completan las alucinaciones con voces, se estereotipa el delirio y aparecen neologismos (“al encontrar en el lenguaje ordinario las palabras convenientes al mundo de las nuevas sensaciones en que vive”); c- grandeza: progreso por deducción lógica, alucinación y se va atenuando el delirio de persecución de manera espontánea y cambia el comportamiento; d- demencia: debilidad de la memoria y de la actividad intelectual, indiferencia al medio y discurso ininteligible. Este último período es cuestionado por Maleval, quien también propondrá un ordenamiento del delirio por etapas, aunque más lógicas que cronológicas, ya que para él el deterioro se desprende de las consecuencias del asilamiento y la falta de estimulación propias de ese medio donde yacían durante años los pacientes estudiados.
14° Paul Sérieux (1864-1947) y Joseph Capgrass (1873-1950): Llevan a cabo una revisión del modelo anterior describiendo el “delirio de interpretación”. El mismo se caracteriza por: la multiplicidad y organización de las interpretaciones delirantes, la ausencia o infrecuencia de alucinaciones, la persistencia de la lucidez y de la actividad psíquica, por la evolución por extensión de las interpretaciones y por la incurabilidad sin demencia terminal; lo que sobreviene al final es un período de resignación sumada a la influencia de lo avanzada de la edad del paciente. La interpretación delirante es definida en los siguientes términos: “Se trata de un razonamiento falso que tiene como punto de partida una sensación real, un hecho exacto, el cual en virtud de asociaciones de ideas ligadas a la tendencia, a la afectividad, toma con la ayuda de inducciones o deducciones erróneas, una significación personal para el enfermo, que relaciona ineluctablemente con todo cuanto ocurre con su persona”[18]. Las diferencias entre las ideas delirantes y el error serían que estas son incorregibles, además de tender a difundirse y convertirse en un sistema, en tanto que el error permanece aislado y circunscrito. Retomando el delirio de reivindicación, de los perseguidores perseguidos (y que luego serán las psicosis pasionales de Clérambault), lo describen a partir del predominio exclusivo de una idea fija, monoideismo, impuesta de manera obsesiva, la cual suscita cierta exaltación que aumenta en relación directa a los obstáculos que se le presentan al sujeto para llevarla a cabo. Es una combinación entre maníaco y obsesivo que conduce al paciente más “a un delirio de actos que a un delirio de ideas”[19]. La particularidad de la interpretación en estos delirios es el estar en función de explicar las contrariedades de la vida y el ser deducidas desde las pasiones antes que construidas en forma retrospectiva.
15° Paul Guiraud (1882 - 1974): En relación al tema del delirio este autor trabaja los niveles de pensamiento infralógico y el “lenguaje particular” del delirante: “Así el enfermo se verá obligado a hacer modificaciones importantes en su lenguaje a través de la utilización de palabras que expresan complejos –están dotadas de una nueva significación subjetiva y manifiestan un complejo o una vivencia-; neologismos –creando palabras, reuniendo palabras que intentan expresar el mismo estado tímico o la misma sensación mórbida-; involución de la sintaxis y fijaciones invariables”[20]. Además describe la estructura del lenguaje puesta en juego en el crecimiento del delirio, en “Las formas verbales de la interpretación delirante” (1922). Estas son: a- las alusiones verbales: el entorno del paciente busca hacerle determinadas cosas; b- las relaciones cabalísticas: el paciente utiliza cifras para encontrar relaciones inesperadas; c- las homonimias: puesta en relación de personas a partir de su nombres; y d: el razonamiento por juego de palabras: consiste en uno de los modos más comunes de la expansión delirante donde se asocian ideas a partir del juego de palabras[21].
16° Emil Krapelin (1856 - 1926): Es de destacar la relevancia de la sistematización que lleva adelante este autor para la nosología psiquiátrica la época; y aunque sin hacer justicia a la vastedad de su obra, destacaré algunos puntos que hacen al tema de este estudio. Para Kraepelin las ideas delirantes son específicas y pueden surgir en cualquier cuadro. Dentro de la paranoia destaca la interpretación patológica de acontecimientos reales, las significaciones personales y, con menor frecuencia, las ilusiones sensoriales. La ilusión de la memoria puede ser también la causa del surgimiento de la plenitud de la significación delirante, en tanto la certeza es aquella convicción inicial que sostiene la edificación delirante. De a poco todos los pensamientos y acciones caerán bajo su dominio, no obstante las otras personas pueden no notarlo si no hay un deterioro concomitante.
El delirio paranoico se erige como diferente del de la demencia praecox a partir de la sistematización delirante y la progresión de la misma, por no manifestar bruscos cambios del humor, por la menor presencia de intuiciones delirantes, por una mayor verosimilitud, sin la superposición de temas delirantes, ni cambios bruscos o extravagancias en el comportamiento y lenguaje del paciente paranoico. El delirio de querulancia, tomado de Kraft-Ebing es diferenciado del querellante por acotarse a un solo punto el primero y extenderse a conflictos casi permanentes con el entorno los segundos. Respecto de otros contenidos, el delirio “se elabora de acuerdo con dos direcciones opuestas que a menudo se combinan (…) son el delirio de prejuicio y el delirio de grandeza”[22]; siendo parte del primero el delirio de persecución, hipocondría y celos y del segundo los delirios filiales, erotómanos y místicos.
17° Eugene Bleuler (1857 - 1940): Haré aquí un pequeño recorte en función de lo que Lacan toma en su tesis doctoral y que tiene que ver con la psicogenia de la psicosis paranoica. Dice aquel autor que el enfermo está implicado en una situación que sobrepasa sus medios para hacerle frente y que influye sobre su afectividad de manera muy profunda afectándolo en el plano ético. En una situación similar el individuo sano podrá corregir sus ideas ante una modificación de la situación externa o una modificación secundaria en su afectividad; pero el enfermo negará la realidad mediante el delirio de grandeza o explicándola por la malevolencia del otro en la paranoia. Asimismo los estados afectivos de la paranoia son efectos secundarios de las ideas delirantes. Mecanismo que se explica a partir de una hipertrofia del yo, cargado con complejos de representaciones que comportan determinados afectos, los cuales quedarían fijados a ideas; a su vez las ideas ya asociadas a los afectos harán que vayan surgiendo errores que se propagarán, a través de un mecanismo análogo a la exaltación de una pasión y sin poder ser corregidos por el sujeto. De esta manera los afectos pueden burlar las resistencias de las funciones lógicas (que permanecen conservadas) con asociaciones que están en consonancia con los afectos, resultando de este proceso las relaciones personales falsificadas y las ilusiones de la memoria. Algunos autores contemporáneos destacan cómo las ideas de Bleuler guardaban una estrecha relación con los mecanismos que Freud estaba describiendo para el inconciente, en esa misma época.
18° Karl Jaspers (1883-1969): Establece tres características esenciales del delirio de notable valor clínico: la certeza subjetiva, la no influenciabilidad (ni por parte de otras personas ni por la argumentación) y el contenido imposible. Lo delirioide[23] y delirioso se diferencian del delirio propiamente dicho en que emergen comprensiblemente desde las experiencias afectivas patológicas los primeros y de las falsas percepciones y los estados alterados de conciencia los segundos. La idea delirante sería aquella psicológicamente irreductible e incomprensible. También se podrían extraer de este autor algunas concepciones que harían de base al edificio delirante, aunque sean situadas por él en diferentes puntos de la cronología delirante: la vivencia y los estados del alma por un lado; y los contenidos delirantes de juicios petrificados, por otro. Escribe Jaspers: “La vieja definición de paranoia: un juicio falso imposible de corregir, ha dejado de ser válida desde el momento en que se han puesto de relieve determinadas vivencias subjetivas de los enfermos, vivencias que son fuente del delirio (ideas delirantes auténticas), mientras que en otros casos los estados del alma, los deseos y los instintos son los que hacen nacer las ideas erróneas (ideas de sobreestimación, etc.) de una manera más o menos comprensible”[24]. Esto se hace evidente al inicio pero al final, en aquellos delirios que se consideran ya remitidos “lo único que se encuentran son los contenidos delirantes petrificados”[25].
Respecto de la noción de comprensibilidad que el autor toma de Dilthey si bien puede marcar la diferencia entre proceso y desarrollo, es decir determinar si hubo un quiebre o no en la historia del sujeto, se debe tener en cuenta que esta se encuentra siempre determinada por el punto en que el clínico se fije para situar dicha noción; es por eso que para un mismo sujeto delirante algo puede ser comprensible o no según desde qué punto de su historia uno lo observe.
19° Kurt Sneider (1887-1967): Distingue entre ocurrencia o intuición delirante y percepción delirante, la cual se da cuando “a una percepción se añade sin motivo comprensible racional o afectivo, una significación anormal”[26].
20° Ernst Kretschmer (1884-1964): Encuentra formas de delirio paranoide que se basan en ideas sobrevaloradas que surgen de sucesos reales. El “delirio de relación de los sensitivos”, que ya había sido aislado previamente por Wernicke[27], posee tres causas de diversa índole que confluyen desde la acumulación y el agotamiento para es estallido de la enfermedad, y son: el carácter, la vivencia y el medio social. El carácter es el llamado sensitivo (opuesto al expansivo) con importantes sentimientos de inferioridad; la vivencia es un acontecimiento que le genera al sujeto un sentimiento de humillación en el plano ético (que estaría asociado a un conflicto sexual) y el medio social es aquel que adquiere la forma de una situación oprimente. Concluye el autor: “El núcleo de la enfermedad está representado por un delirio de relación polarizado, edificado sobre una base afectiva precisa, que se extiende desde la inseguridad humillante hasta la autoacusación más exasperante. Dicha sintomatología se puede resumir como sigue: 1- el paroxismo de la enfermedad, el contenido de las representaciones y la situación afectiva están totalmente centrados en la experiencia patógena; 2- los síntomas de las psicosis sensitivas están representados por una vigorosa acentuación de las propiedades inherentes al carácter sensitivo; 3- el cuadro clínico está frecuentemente teñido de síntomas de agotamiento neurasténico”[28].
21° Gaëtan Gatian De Clérambault (1872 - 1934): Considero que las enseñanzas de quien fuera maestro de psiquiatría de Lacan y H. Ey, se constituyen hoy como invalorables herramientas en la llamada clínica del detalle.
Comenzando con lo que atañe al delirio, pondré énfasis en la diferencia que hace el autor entre los pasionales y los interpretativos. Los pasionales son un “síndrome pasional mórbido” que incluye también a los delirios de celos y a los reinvidicativos. Los mismos se caracterizan por: su patogenia, la vehemencia con que son vividos, su extensión polarizada e hiperestenia, el poseer un único concepto como director y por manifestarse las concepciones completas desde un principio. Pueden presentarse en forma pura o asociados a otros delirios o alucinaciones, constándose en los erotómanos tres etapas: esperanza, despecho y rencor; cabe destacar que si bien el objeto de amor es de un rango superior no siempre se trata de una figura famosa sino que bien puede ser alguien cercano al sujeto. El delirio parte de un postulado inicial: él/ella me ama, junto con los sentimientos concomitantes (deseo, orgullo, esperanza), las consecuencias y deducciones que de este se desprenden, pero que al mismo tiempo no van más allá de este postulado, en el sentido en el que sí lo hacen las ideas que se sistematizan en un delirio interpretativo. En tanto que el sistema del delirante interpretativo, ligado a la paranoia, puede partir de varias ideas madres, desarrollándose hacia múltiples polos (irradiación circular) alterando la personalidad global del sujeto, sin el correlato de exaltación del pasional.
Otro tipo de delirio es el especulativo o dogmático que es “una construcción idéica bien hilvanada, intermedia entre la idea mística y la ideación científica”[29]. Tienen como base a la obsesión, pero con características de acosamiento de la idea hacia el sujeto, constituyéndose un “eretismo de la facultad de cálculo” que progresivamente se va sistematizando junto a un gran egocentrismo que desemboca en la megalomanía. Para la “folie á deux” o el delirio colectivo, el autor es claro respecto de que el mecanismo psicótico no puede ser transmitido, lo cual no excluye ni que todos los sujetos inmersos en un mismo delirio sean psicóticos, ni la inducción y la cesación de los síntomas del no psicótico luego de la separación del que sí lo es, tal como lo corroboraban Lásegue y Falret.
El tipo pensamiento que subyace al delirio es de tipo primitivo, en el sentido del pensamiento mágico, anterior a la adquisición del pensamiento formal y posee el gusto por el armonía, el ritmo, el juego de sílabas, las repeticiones, los contrastes y las analogías grotescas; dándose no sólo en la manía y en los delirantes crónicos sino también en el hombre normal durante los estados de mentismo por fatiga o de hipnagogia. No obstante en las psicosis el automatismo mental sería el receptáculo de estos mecanismos inferiores de pensamiento.
Citaré ahora algunas consideraciones acerca del automatismo mental teniendo en cuenta su relevancia tanto para la constitución del delirio, como para la formulación lacaniana de la estructura del fenómeno psicótico. El A.M. da cuenta de una escisión de la personalidad en la cual las voces, el pensamiento, los movimientos, etc. son vivenciados como producidos, impuestos por otro. En la primera etapa de su obra Clérambault dirá que el delirio no es más que “la reacción obligatoria de un intelecto razonante, a menudo intacto, a los fenómenos surgidos de su subconsciente”[30]; edificándose a través de la imaginación, la interpretación o la intoxicación alcohólica (más tarde estudiaría también otras sustancias y sus efectos). Luego el grado de sistematización de éste tendrá que ver con la personalidad o las cualidades intelectuales preexistentes, sin valer esto para el delirio intelectual ni el pasional, los cuales se desarrollan a partir de ideas o postulados. De esta manera el delirio se considera una superestructura en las llamadas psicosis alucinatorias crónicas y se puede acompañarse, no sólo de otros fenómenos de la línea psicótica como las alucinaciones, sino también del A.M.. El cuadro que incluirá más tarde a los A.M. en forma predominante o exclusiva será, al final de su obra: el “Síndrome de Pasividad”.
Las características fundamentales son el ser: anidéico, atemático, neutro (en relación al afecto) y más tarde agregará la cualidad de no sensorial; de producción mecánica; siendo su desarrollo insidioso y pasando de las formas más puras como la emancipación de los abstracto a las formas que incluyen algún contenido significante como la audición de voces. No obstante los automatismos sensitivos y motores son de aparición abrupta. Algunos ejemplos de éstos desarrollados en su artículo de 1923 sobre psicosis alucinatorias crónicas son: devaneo mudo de recuerdos, desaparición del pensamiento, perplejidad, falsos reconocimientos, parecidos, extrañezas, pasaje de un pensamiento invisible, sustitución del pensamiento, ideorrea, aprosexia, juegos verbales parcelarios y los automatismos afectivo, volitivo y emotivo. Más tardíamente en su obra se sitúa otro mecanismo caracterizado tanto por la autorreferencialidad como por la “incertidumbre en el delirio” en cuanto a lo interpretativo y que da lugar a la “seudo constatación espontánea incoercible”, que consiste en percibir un único gesto de continuo, siempre con el mismo propósito, donde los elementos ideativos deforman los datos sensoriales pero sin adquirir una explicación segura acerca del fenómeno mediante el cual el sujeto es aludido.
No obstante ya en sus primeras postulaciones acerca del delirio y el A.M. Clérambault afirma que no hay relación causal entre estos, sino que los primeros se sobreagregan a los segundos; es decir, no hay una relación ni función por cual el delirio explicaría al A.M., ya que este ingresa a parasitar la personalidad desorganizándola desde algún punto. Las imágenes que utiliza Clérambault para diferenciar el modelo de A.M. en su primera y en su segunda enseñanza son las siguientes. En la primera el A.M. sería un fenómeno basal, la base o el pedestal de una estatua, la cual podrá adquirir cualquier forma, sin guardar más relación con esta base que la de una superficial diacronía. Para la segunda parte de su enseñanza utiliza la analogía con un núcleo, especificando y complejizando su posición anterior. En un artículo de 1926: “Psicosis basadas en automatismos” el autor señala: “...una buena parte de la ideación delirante no es construida por la reflexión del sujeto, sino que se elabora mecánicamente en el subconsciente, no revelándose a la conciencia más que por sus resultados últimos. Reina entonces, al lado de una ideación autónoma y coherente, otra progresiva que se podría llamar neoplástica. En este estadio, la ideación delirante del sujeto puede dividirse teóricamente en dos partes: una personal, reactiva y no mórbida, la otra parasitaria y a menudo antagonista. La segunda es íntegramente automática”[31]. Es así que el delirio, como el A.M., es también un núcleo y se conforma mediante el mismo mecanismo, me adelanto a denominarlo: estructural.
22° Jaques Lacan (1901 - 1981): Sólo tomaré aquí algunos aportes de Lacan que se desprenden de su tesis doctoral: “De la psicosis paranoide en sus relaciones con la personalidad”, anterior a la elaboración de su teoría psicoanalitica.
Álvarez identifica 4 pilares sobre los que sostiene esta tesis: a- referencia a la fenomenología jaspersiana; b- concepción de la paranonia que adhiere a los antikraepelinianos, Gaupp y Kretschmer, en cuanto a las paranoias curables; c- referencia al psicoanálisis en cuanto a los conceptos de narcisismo, homosexualidad y paranoia; y d- argumentaciones que están en consonancia con los escritos surrealistas acerca de la locura.[32]
Hasta este momento Lacan observa que los mecanismos elementales generadores del delirio son las interpretaciones, ilusiones y errores de la memoria; lo cual se condice con las descripciones de Kraepelin. En el caso Aimeé el delirio es diagnosticado como “delirio de interpretación”, desde Sérieux y Capgrass, pero se separa de ellos al postularlo como curable a partir de la pulsión autopunitiva, la cual habría encontrado una regulación y satisfacción al ser la paciente privada de su libertad, de allí su nominación: “delirio de autopunición”, para este tipo de casos.
El delirio se construye a partir de reacciones afectivas secundarias y de deducciones racionales; conceptos solidarios con la “comprensibilidad” jaspersiana. De esta manera la paciente pasa de tener: fenómenos oniroides, ansiedad, sueños terroríficos, sentimientos de extrañeza, deja vu, adivinación del pensamiento y significaciones personales, surgiendo estas últimas desde las relaciones sociales; luego se van desarrollando, a partir de estos fenómenos, los mecanismos interpretativos. Por otra parte diferencia estas interpretaciones deductivas de las retrospectivas o “ilusiones de la memoria”, las cuales también pueden tener un carácter autorreferencial
Aunque no obstante la descripción anterior intentará desprenderse la causalidad fenomenológica del delirio: “Aquí en cambio, en opinión nuestra hemos hecho un progreso. Los procesos agudos que hemos estudiado dejaban difíciles de explicar la fijación y sistematización de las ideas delirantes: pero por el contrario la permanencia del conflicto, al cual se refieren los acontecimientos traumáticos, ciertamente explican la permanencia y el acrecentamiento del delirio tanto mejor cuanto que sus síntomas mismos parecen reflejar la estructura de ese conflicto”[33] . Fijación y sistematización que de contar sólo con la explicación del conflicto psíquico y el carácter traumático de algunas vivencias no encontraría su punto de separación respecto de las neurosis; es por esto que introducirá conceptos provenientes del psicoanálisis como la fijación en el estadio de la libido oral sádico, para la paranoia (Abraham) y a la pulsión homosexual concomitante con dicho cuadro (Freud).
También se pregunta por los principios lógicos, de contradicción, como así también acerca de la causalidad, y la localización espacial y temporal, de las ideas dentro del delirio. Dice que si bien hay claridad significativa esto no supone un lógica perfectamente conservada sino que el delirio se sostiene por la congruencia de temas que van por fuera de la conciencia del sujeto. De allí que a diferencia de la oscuridad de los sueños, el inconciente se exprese directamente en el conciente, paso que le da al delirio el estatuto de actividad interpretativa del inconciente. En tanto que la imprecisión lógica hace que sea difícil captar la localización de las otras dimensiones vinculadas con esta (temporal, espacial y causal de las intuiciones iniciales). Se trata entonces menos de un trastorno de la memoria que de un trastorno de la creencia, ya esta última está estrechamente determinada por la percepción y el juicio[34]. Se sigue de esto otra simetría, aunque no tan explícita, con el principio de no contradicción propio del inconciente y las implicaciones de este tanto en el armado como en la génesis del delirio.
23° Henry Ey (1900 - 1977): De los vastos desarrollos de este psiquiatra francés, incluido por algunos dentro de la llamada “psiquiatría dinámica”, sólo tomaré, a los fines de este trabajo, sucintamente, la clasificación de los delirios.
Las características más salientes de éstos en relación a los diferentes cuadros son: que conducen a la disociación esquizofrénica, caracterizándose por la incoherencia y la evolución predemencial (esquizofrenias paranoides); que existe un contraste entre el fondo mental inalterable y la forma fantástica del contenido (formas paranoides parafrénicas); y que son sistematizados, constituyendo una concepción del mundo o de la relación del yo con el mundo a través de construcciones razonantes (formas paranoicas). Estos últimos además poseen un desarrollo coherente a partir de la personalidad del sujeto, quien se mantiene lúcido; no hay demencia o disgregación, aunque pueden tener alucinaciones pero siempre dentro de la sistematización delirante y siendo irreductibles.
Las características negativas del delirio son: el desequilibrio psíquico (esquizoidía, ciclotimia, inmadurez afectiva, anomalías psíquicas o del estado de ánimo y narcisismo, preexistentes en la personalidad) y las experiencias delirantes primarias (estado confuso onírico, estados obsesivos, crisis pasionales, despersonalización, etc.). Respecto de estas últimas dice H. Ey: “La fuente primitiva, intuitiva e inefable del delirio reside en esos momentos en que la disolución de las funciones psíquicas abandona al individuo al ensueño, al inconciente y a la ficción”[35]. En tanto que la organización estructural positiva ofrece los siguientes caracteres: continuidad de tendencias en el devenir biográfico y social de la personalidad; el tema dramático fundamental (persecución, grandeza, amor, misticismo, celos, hipocondría, autoacusación, reducidos a una fórmula fundamental dada por la persecución); el desarrollo coherente y sistemático; y la estructura afectiva del delirio. De esta manera el delirio se desarrollaría más por significaciones pasionales, emotivas y temáticas, que por la vía racional, siendo mejor representado entonces por la imagen de la composición de una sinfonía (paranoico) o de pequeño un poema (paranoide) que por la de un teorema[36].
El fenómeno delirio supone para H. Ey abordar la construcción de la realidad, ya que el enfermo mental, o quien delira, es aquel que ha perdido el acuerdo con aquella. Por otra parte la construcción de esta realidad se realiza a través de la conciencia, en tanto que ésta es quien “garantiza una especie de equilibrio entre el deseo y orden de la experiencia sensible”[37]; se originan así valores subjetivos y objetivos en una estructura temporo-espacial que en la persona normal triunfan sobre el inconciente. La realidad depende la conciencia, la cual a su vez depende de el sistema ideal de creencias de la personalidad; quedando el delirio en estado de potencia en cada uno de nosotros. Por lo tanto, concluye, el delirio en la enfermedad mental no se separa de manera radical de la concepción que cada uno tiene del mundo, con sus creencias, artículos de fe, mitologías y supersticiones que nos impiden ser “completamente razonables”; o sea que: “la definición de delirio es muy difícil por que el delirio satura el conjunto de la existencia humana”[38]. Por esto para diferenciar lo que es delirante de lo que no lo es el autor dice que hay que basarse en la esencia misma del delirio, la cual hace que un sujeto esté imposibilitado de coexistir con el otro de acuerdo a esas mismas ideas. Se desprende de esto que los valores, objetivos y estructura temporo-espacial del delirante no estarían en concordancia con los parámetros compartidos para ser en el mundo, manteniendo un adecuado equilibrio entre que él llama inconciente y la experiencia sensible.
Volviendo entonces, en este final del recorrido histórico, al sentido etimológico del delirio, aquel “salirse del surco”, que en este caso representa la incongruencia de la idea delirante con las creencias o las representaciones reinantes en una comunidad o cultura.


3°- LO QUE EL DELIRIO NO ES: LA IDEA FIJA, EL DELIRIUM Y LA CREENCIA.

José Ingenieros sitúa en 1909 el problema de distinguir la idea fija de otros fenómenos: “pocas cuestiones de semiología psiquiátrica se presentan en la clínica más confusamente que las relacionadas con la diferenciación sistemática de la serie de fenómenos escalonados desde la idea fija normal hasta el sistema delirante, a través de la idea fija patológica, la obsesión, la fobia normal, la impulsión mórbida, la concepción delirante aislada y sus diversas combinaciones”[39]. Puntuaré en este apartado especialmente las características diferenciales del delirio con la idea fija y la obsesión, con el delirium (de origen orgánico y como instalado a modo de síntoma o formación del inconciente en una estructura neurótica) y con la creencia. Respecto de la impulsión mórbida, si bien los actos en la psicosis son un tema muy vasto y escapa a los límites de este trabajo, se pueden obtener algunas observaciones respecto del tema en el “delirio de actos” en Sérieux y Capgrass, o en Gaupp, en el apartado 1 de este trabajo.
En Alemania el término básico para referirse a las obsesiones es Zwangvorstellung y fue acuñado por Kraft-Ebbing para dar cuenta de los pensamientos irresistibles. El significado etimológico de la palabra remite a “compeler” u “oprimir” y “representación” o “idea” en el sentido cartesiano de la misma. Ya en el siglo XX los pensamientos irresistibles fueron divididos en experiencias mentales puras: rumiaciones o ideas obsesivas; y en precursoras de acciones: las compulsiones. En cuanto a la psicopatología francesa, la monomanía intelectual incluía a la obsesión y fue Séglas quien establece el pasaje o evolución de la idea obsesiva al delirio, además de proponer un mecanismo por el cual la conciencia se divide, con una obnubilación pasajera encontrando aquí “la llave del mecanismo que podrá determinar el paso de la obsesión al delirio”[40]. Los ingleses, por su parte, utilizaron primer el término fixed idea y más tarde imperative idea, siendo Jackson quien establece la diferencia entre esta y el delirio a partir del grado de cambio mórbido producido en la mente del enfermo: “el hombre que hoy es conciente y sonríe ante una idea imperativa, cree en ella mañana y actúa bajo un delirio sistematizado”.[41] Por último, la semiología italiana abreva casi en los mismos términos, pero agrega algunos elementos. Es Ballerini quien destaca la tan mentada egodistonicidad en la obsesión y habla de un gradiente en cuanto a claridad de conciencia que actúa en el mundo de las significaciones, lo cual haría que en la percepción delirante el significado le aluda al sujeto sin pertenecerle, mientras que en la obsesión el significado es sentido como una evocación indirecta y haciendo referencia a un objeto y no tanto al sujeto.
H. Ey establece una diferenciación muy clara en la que neurótico obsesivo utiliza su juicio crítico para intentar justificar sus trastornos, poniendo su razonamiento al servicio del síntoma[42]; por el contrario, el psicótico hacer uso su inteligencia para avalar sus intuiciones[43].
El término delirio en Freud no es utilizado de manera inequívoca. El “delire” proveniente del latín, se establece a propósito de una combinación de pensamiento racional mezclado con el patológico, que da lugar a una fantasmagoría o a un texto que permite, a través de la ambigüedad y el malentendido, la desfiguración de la representación inconciente[44]. En el caso citado en el “Hombre de las ratas”, se trata de una acción vinculada al padre muerto, que se acompaña con la visión de sus genitales en el espejo y de un conjuro para que la misma desparezca. Este punto en particular merecería un estudio más detallado.
Con el término delirium la psiquiatría clásica hace alusión a delirios que califican perturbaciones somáticas agudas (vg. Delirium tremens) de características oníricas y que cursan con alucinaciones. La historia del término se ajusta a esta definición recién a finales del siglo XX ya que en un principio se aplicó el concepto “delirio” a un trastorno global de la vida psíquica (delirio-estado) mientras que los cuadros agudos entraban en lo que se denominaba “delirium”[45]. Más tarde el delirio se conserva como síntoma y delirium amplia su significación a otros estados como los confusionales, aunque agudos o transitorios, como el delirium del neurótico.
Respecto del delirio que no es psicótico, Maleval[46] cita un caso de H. Ey que éste diagnostica como “delirium histérico”. Se trata de una mujer a quien las máquinas de su trabajo le hablaban y la querían violar, al tiempo que tenía sensaciones voluptuosas y se le paralizaba el brazo de manera de impedírsele participar de las relaciones que le eran impuestas. Ey interpretó aquello a partir del carácter simbólico tanto de la idea como del síntoma puesto en el cuerpo, lo cual dejaba entrever una situación desviada y reprimida que se repetía con insistencia. La rápida desaparición de los síntomas, así como de todo el cuadro de delirium a través de la psicoterapia, corroboraron su diagnóstico.
Lacan dice que el psicótico habla con su yo, en el sentido de que es imposible la división subjetiva para él, como tampoco puede separar un significante S1 (el nombre de la persona, por ejemplo) de un S2 (cualquier rasgo o identificación de aquella). División que sí se pone juego, aunque no siempre de manera manifiesta, en las creencias. Las cuales son consideradas como un movimiento apologético donde se aspira a reafirmar cierto saber, a convencer y a convencerse de el. Esta concepción pertenece a J. M. Álvarez, y tiene como corolario la indicación clínica de que siempre que sepamos cómo conmover a un sujeto (neurótico) hallaremos en él a un escéptico buscando persuadirse; y es por esto que existen las agrupaciones en torno a las creencias: sectas, religiones, partidos políticos, etc., las cuales se explican también por los fenómenos de identificación y sugestión, que van en la misma dirección de aquella división, inconsistencia que busca refugio en una determinada imagen. Es así que al llegar a aquel punto en donde el creyente pone su fe, el clínico se puede topar con un argumento elaborado para no poner en cuestión aquello que genera cierta división en el sujeto, como puede ser la pregunta por de la existencia de un dios, por la muerte, etc.. Pues bien, allí donde el neurótico coloca su división, sus divisiones, el psicótico coloca su certeza (en un delirio místico, por ejemplo), siendo imposible dialectizar algo en ese punto; cuestión correlativa al hecho de que H. Ey termine por situar en lo social la línea divisoria entre creencia y delirio, ya que la posibilidad de ser con otros implicará siempre un grado de división a los fines de establecer el lazo social. Del psicótico Lacan dice que tiene el objeto el en bolsillo, cuestión que lo corre del lazo con los otros.
Es importante destacar aquí la existencia de los delirios llamados parciales, con áreas de la personalidad que permanecen sin estar “tomadas” por el delirio. No obstante, desde una perspectiva lacaniana, si se trata de una psicosis, este tipo de delirios no implican la posibilidad de que se pueda poner a trabajar al inconciente, ni que el trabajo con estos aspectos permita la tramitación de la “parte enferma de la personalidad”. Antes que esto, bien se puede poner el énfasis en la construcción de una creencia, que no contradice a la certeza, sino que va al costado de esta y contribuye a la morigeración del exceso de goce que la psicosis conlleva[47].

4°- ARQUITECTURA DEL DELIRIO

El recorrido realizado hasta aquí establece algunas pautas que permiten ir dando cuenta tanto del fenómeno como de la estructura del delirio, no obstante hay una pregunta acerca de este que aun no ha sido formulada; pregunta que también permanece muda, o casi muda, en el recorrido de las distintas teorías que explican el delirio a lo largo de los años, pregunta tan simple como impensada, y que tal vez le confiera al fenómeno un carácter teleológico, es la pregunta por la finalidad: ¿para qué delira un sujeto?
Es Sigmund Freud quien se pregunta acerca de esto cuando analiza el caso Schereber: “lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es realidad el reestablecimiento, la reconstrucción…”[48]. Propiciando de esta forma otra manera de pensar los fenómenos de la psicosis que se enmarca en lo que fue todo un cambio en la mirada psicopatológica de la época[49]. Pero si bien esto puede ser claro y conocido por muchos para el delirio paranoico o parafrénico intentaré ver qué sucede en otras formas donde esta característica de reconstrucción es menos evidente.
Comenzaré por poner en tensión esta afirmación con el delirio de insignificancia, propio de la melancolía, tal como Freud lo describe: “el enfermo describe su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se denigra y espera repulsión y castigo. Se humilla ante todos los demás y conmisera a cada uno de sus familiares por tener lazos con una persona tan indigna. No juzga que le ha sobrevenido una alteración sino que extiende su autocrítica al pasado y asevera que nunca fue mejor. El cuadro de este delirio de insignificancia –predominantemente moral- se completa con el insomnio, la repulsa de alimentos y un desfallecimiento, en extremo asombroso psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los seres vivos a aferrarse a la vida”[50]. Estas características, que transcurren por una conciencia lúcida, son atribuidas a una hostilidad previa para con la persona amada y perdida. Pero en cuanto a las instancias del aparato psíquico, Freud dice que esta hostilidad, expresada en reproches, le viene al yo desde el ideal yo, lo cual es planteado a partir la articulación con el estado de manía, observable clínico, en donde yo e ideal del yo coinciden.
Para intentar responder algo respecto de lo planteado más arriba (lo restitutivo en este tipo de delirio) retomaré a los clásicos. Séglas dice que los delirios de los melancólicos son secundarios a la modificación de las operaciones intelectuales, a un estado cenestésico penoso y a un trastorno mórbido de la sensibilidad moral. Del mismo modo estas modificaciones, bien descriptas en el párrafo extraído de “Duelo y Melancolía”, pueden convertirse en una segunda fuente de dolor moral por lo que el delirio vendría a justificar o interpretar este estado. Ideas que en última instancia pueden llegar a la negación (de sí mismo, de sus órganos, del mundo, etc.) y certeza respecto de la propia inmortalidad, constituyéndose así el síndrome de Cotard.
Pero no siempre se llega a éste, y el delirio del melancólico, a diferencia del paranoico en cuanto a la sistematización, suele consistir en una letanía o en un estribillo que se limita a “algunas concepciones delirantes que lo obsesionan”. La certeza como axioma (que se explicará más adelante) es también una manera de encontrar lo delirante en este tipo de cuadros.
Llegado a este punto uno se podría preguntar por el valor restitutivo de este delirio, que si bien es un intento de explicar la conciencia mórbida, deja al sujeto a las puertas de un pasaje al acto, en tanto y en cuanto, se sabe, en la melancolía el sujeto queda identificado al objeto. No obstante se debe coincidir con algunos autores, Cotard entre ellos, que afirman que llamativamente los delirios en la melancolía no suelen conllevar el pasaje al acto suicida; lo cual se puede pensar desde el aportarle algún significante o significación al vacío de lo real al cual se enfrenta el melancólico[51].
Otro tipo de delirio que puede poner un poco en cuestión a la restitución es el delirio de grandeza. No obstante Freud lo presenta en “Introducción al narcisismo” como aquel delirio que permite el procesamiento de la libido devuelta al yo. Sería este un segundo momento que sucede a uno anterior en donde la libido es retirada de los objetos del mundo, y que precede a otro en donde la libido finalmente conseguiría abrirse paso hasta éstos nuevamente, aunque de manera delirante y constituyendo ese “proceso de curación que se nos aparece como enfermedad” si se sigue a Freud en la Conferencia 26.
Siempre dentro de la psicosis y en relación a la esquizofrenia, se puede seguir, no sólo como aquella no llega a sistematizar el delirio o cursa con alucinaciones, sino que existe un mecanismo que la asocia a procesos inconcientes. Dicho mecanismo es aquel que se vale de las palabras como si fueran cosas, relacionándose a través de desplazamientos y condensaciones, modelo que vale para la representación cosa en el proceso primario. Un claro ejemplo de esto es el neologismo como aquello que condensa dos o más palabras en el. Asimismo, y también en la esquizofrenia, el cuerpo se presenta como fragmentado, produciéndose fenómenos que se corresponden con el llamado lenguaje de órgano: rupturas entre el órgano y su función, entre los órganos entre sí, manierismos, movimientos o conductas bizarras y demás fenómenos que dan cuenta de como el esquizofrénico no puede organizar su cuerpo; lo cual se puede contraponer al cuerpo en la neurosis histérica, en dónde este conserva todo su estatuto de imagen unificada y su vinculo con la representación reprimida en el síntoma.
El otro punto es la gramática de la pulsión, establecida a partir del caso Schreber, donde teniendo a la base el sentimiento homosexual se producen permutaciones en el sujeto, nexo y objeto de la frase: “yo lo amo a él”, para dar los delirios persecutorio, de grandeza, erotomaníaco y megalómano. Y aunque si bien estas cuestiones se ligan al amor y al odio, como maneras en que se puede manifestar la problemática del goce entre en sujeto y el Otro, queda demostrado a partir de la correspondencia de Freud y de otros apuntes sobre el tema, que la génesis de la paranoia está lejos de ser la homosexualidad reprimida. La mudanza en mujer y la procreación en este delirio dan cuenta de que el sujeto queda a merced del Otro y busca alguna solución a ello, además de lo ya dicho respecto al empuje a la mujer en la psicosis.
Para despejar un poco la confusión en la que a veces subsumen los manuales de psiquiatría cuando presentan alguna referencia freudiana acerca del mecanismo paranoico, presentaré algunos puntos que lo resumen ajustadamente[52]: a- período crítico de la enfermedad: vivencia de fin del mundo; b- retracción libidinal del los objetos del mundo externo; c- asociación de esta retracción con la represión propiamente dicha, desde el texto: “la represión propiamente dicha consiste en una retracción de la libido”; d- búsqueda de curación, reorientación de la libido hacia los objetos, fracasa la represión y el retorno de lo reprimido genera síntomas de compromiso: el delirio reconstruye la realidad; y e- no es correcto decir que la sensación suprimida interiormente es proyectada hacia el exterior sino que: “lo interiormente suprimido retorna desde afuera”, lo cual es retomado por Lacan para elaborar el concepto de forclusión.
Otra característica esencial para el concepto psicoanalítico de psicosis es la variedad de delirios, en cuanto a contenido, que se pueden manifestar en un mismo sujeto. Versión en consonancia con una psicosis única, aunque con tipos clínicos y fases, tal como lo presentaba Griesinger dos siglos atrás. Y es siguiendo este modelo que se pueden plantear distintas fases lógicas del delirio, que conservan cierta relación en una posible diacronía, que puede darse o no, pudiendo además superponerse o no. J.C. Maleval deja bien en claro que una cosa son las variaciones fenomenológicas, en cuanto a contenido y forma, y otra la relación al Otro, al goce y a la carencia del signficante Nombre del Padre.
Se estructuran de esta manera cuatro períodos, que pueden ir en un sentido o en otro, detenerse en cualquiera de sus etapas, superponerse y no guardar una estricta correlación con los tipos de delirio a los que son asociados. La primera etapa, donde se manifiesta la carencia del significante NP: Po, conlleva la deslocalización del goce y la perplejidad angustiada. Es la entrada en juego del Otro absoluto para Lacan o la ruptura de la realidad para Freud; también conocido como período de incubación donde se dan: el malestar, la inquietud, perturbaciones hipocondríacas, alucinaciones verbales y angustia extrema. La segunda etapa: P1, donde el sujeto se encuentra en una posición subjetiva de mayor construcción que la anterior pero sumamente inestable, consiste en la significantización del goce deslocalizado; son los delirios propios de la esquizofrenia paranoide, por lo que aparecen delirios poco o nada sistematizados, pudiendo permanecer la perplejidad y sin que el aparato significante pueda suturar la falta que ocasiona la desorganización. El tercer momento: P2, corresponde a la identificación del goce en el Otro, y se da cuando el delirio se sistematiza permitiendo que el goce se modere y se constituya una posición subjetiva de mayor estabilidad, los prototipos de esta etapa son la paranoia y la celotipia. La cuarta posición: P3, se particulariza por lograr el sujeto el consentimiento regulado del goce del Otro, traducido en la yuxtaposición de una buena adaptación a la vida en sociedad con al adhesión al delirio fantástico o megalómano. En esta etapa terminal, que comporta el menor dolor psíquico, se participa del goce del Otro y sus enunciados son sostenidos con certeza; no obstante el sujeto ya no se sitúa en oposición como lo hacía en la etapa paranoica sino que puede consentir a ese goce, aceptando lo que le viene del Otro y enunciándolo de manera espontánea, es esta la necesidad de contar el delirio tan característica del parafrénico, el cual mayormente no se expande hacia otras áreas de su vida.
Dando un paso más voy a hacer un breve pasaje por lo que son los fenómenos elementales, los cuales no necesariamente se superponen con el automatismo mental, aunque sí tiene valor en la clínica del delirio ya que poseen la misma estructura que este. Lacan da tres connotaciones diferentes: a- como síntomas patognomónicos aun si son bastante discretos; b- como síntomas mínimos que en cierto sentido resumen la problemática del delirio aun no formado; y c- como capaces de situar las claves para la estabilización de ese paciente. En tanto que F. Sauvagnat dice que se presentan de dos modos: como preguntas (perplejidad, sentimientos enigmáticos) y como tentativas de respuestas (significación personal, alucinaciones, etc.)[53]. Así mismo J.M. Álvarez da cinco características comunes de éstos, ya sea que se sitúen en el polo esquizofrénico o en el paranoico, o bien que hagan a la autorreferencia o al Síndrome de Pasividad, y son: a- introducen una discontinuidad en la experiencia subjetiva; b- certeza; c- son vividos como teniendo relación con el propio enfermo; d- están al margen de cualquier significación; y e- no guardan relación con el humor.
En lo que podría establecerse como una continuidad con los conceptos de Jaspers: vivencia delirante primaria (percepciones delirantes, recuerdos delirantes y “experiencias que significan algo pero nada determinado”), por un lado; y las “ideas delirantes auténticas” o los “contenidos delirantes petrificados” por otro. J.M. Álvarez trabaja dos formas de la certeza que son la experiencia y el axioma, desde un marco explicativo estructural de la psicosis. Para este autor todo desarrollo o sistematización de un sistema delirante supone a su base la concreción de una certeza originaria, la cual puede persistir más allá de cierta remisión o falta de sistematización de los contenidos. Las experiencias de certeza serán aquellos “testimonios de primera mano o efectos primigenios del mecanismo causal que constituye la estructura psicótica”[54], en la cual el sujeto no se reconoce autor de sus propios actos, y es aludido por el retorno de aquello que ha sido rechazado del proceso de simbolización. Siendo estas experiencias el denominador común de los grandes síntomas y fenómenos elementales de las psicosis: experiencias que atañen a la fragmentación y atomización del cuerpo y del lenguaje (esquizofrenia); experiencias de indignidad, autodesprecio y culpabilidad (melancolía); y alusión, interpretación, intuición y revelación (paranoia). En cuanto a la certeza como axioma es la “fórmula o postulado que contiene la matriz de la relación del sujeto con su Otro”[55], en donde el sujeto aparece como objeto de goce de ese Otro, y se observaría sólo en la paranoia[56] y en la melancolía.
La pregunta ahora sería cómo se pasa de éstos fenómenos mínimos o de estos axiomas a la edificación del delirio. Aquí Lacan proporciona una fórmula que pasó de la analogía entre la imagen del anélido y sus anillos (cercana al primer Clérambault), a la que dice que en la hoja, en las nervaduras significantes, se reproduce la estructura de toda la planta. Considero que hacer alusión a la botánica sistemática no implica una mera analogía entre características imaginarias de la planta y sus partes, sino que más bien pretende establecer una comparación poniendo en juego un sistema de determinación en el que cada parte (tallo, hoja, semilla, raíz, fruto y flor) posee caracteres morfológicos correlacionados con las características generales de la planta, y que dan la clave sobre el tipo de familia, subfamilia, etc., reproduciéndose estructuras relacionadas entre sí[57]. Esto implica no sólo que tanto el delirio como los fenómenos mínimos reproducen la estructura de la psicosis, como lo presenta Lacan en el Seminario 3[58] o como se desprende del último Clérambault; sino también que la estructura no subyace al fenómeno sino que: la estructura es el fenómeno mismo.
Esto es así en una sola dimensión en la sincrónica, no obstante existe una relación para determinar qué sucede con lo estructural cuando se suma la dimensión diacrónica. Esta relación esta dada por el gnomon griego. Término que tuvo varias acepciones de las que se tomaré la de Herón de Alejandría: “un gnomon es cualquier figura que añadida a una figura original, produce una figura semejante a la original”[59]. Esto vale tanto para las figuras geométricas como para las fórmulas matemáticas que expresan las constantes de crecimiento para cada forma.
Por otra parte se puede extender esta analogía entre fenómeno elemental y psicosis a las formaciones del inconciente en tanto que reproducen la estructura de la neurosis, al modo de un retorno en lo simbólico de aquello que había sido reprimido. En la psicosis el retorno se produce en lo real, cuando aparece el significante allí, al romperse la cadena. Lo que aparece S1 no encuentra un S2 que lo signifique retroactivamente, a partir de una determinada puntuación (S1/so), son estos los fenómenos de inicio de las psicosis. Se producen aquí estados de confusión difusos, de perplejidad o enigma, donde se fija un absoluto que se puede representar a través del oxímoron: “metonimia inmóvil”, ya no hay puesta en relación entre un S1 y S2 sino un S2 que no acude y deja un vacío que se fija, sin producir desplazamiento. Por otra parte, las interpretaciones en tanto que respuesta se sitúan como S2 ligado al imaginario (S2/(triángulo) a…a´) hasta que el sujeto consiga armar la llamada “metáfora delirante” donde S1 y S2 llegan a una relación anudada pudiendo estabilizar un sentido, localizando y acotando el exceso goce. Es por esto que no cualquier delirio implica una estabilización, así como toda estabilización no tiene por qué con llevar un delirio ya que se puede tratar de estabilizaciones imaginarias, pequeñas invenciones, reestablecimientos del lazo social, etc.
Daniel Millas hace una observación bastante pertinente que avanza en la circunscripción de la metáfora delirante, pero en relación al goce: “me parecía importante introducir el enigma de la significación pero también la dimensión de enigma de goce, es decir que no sólo se trata de un menos de significación sino de la emergencia de un más determinado en una experiencia específica. Desde esta perspectiva considero muy importante sostener la distinción entre fenómeno elemental y delirio y, eventualmente, metáfora delirante, porque el problema no es únicamente el vacío de significación, esto es, una interpretación delirante que fija de manera transitoria una significación pero no un sentido[60], que resulta una metonimia interminable sin eficacia sobre el cifrado del goce en juego en la experiencia.”[61]. Goce que para el caso de la interpretación delirante se sitúa en el eje a….a´ que acompaña al S2, y que si se ubica la época en que Lacan postula la metáfora delirante, en “De una cuestión preliminar…”, el goce es el goce imaginario, propio del exceso y de lo que era libido para Freud; es así como lo presenta Miller en el primer paradigma del goce, en “La experiencia de lo real”.
En la misma discusión Miller ajusta la analogía estructural entre fenómeno elemental y delirio afirmando junto con Indart que “el delirio es un fenómeno elemental en tanto que elemento significa estructura”[62]. Pero cabe hacer otra distinción, y es que la metáfora delirante no es la metáfora paterna, ya que ostenta una importante rigidez que no permite la dialectización de los significantes que anuda, al no contar con la significación fálica. Rigidez y fijeza que de todas maneras puede hacer que el delirio avance, siguiendo el modelo del gnomon, pero no por la deducción ni la lógica sino por la “precipitación de elementos significativos” que van escandiendo la estructuración y el avance del delirio. Son estos los que Lacan llama en el Seminario 3 “momentos fecundos”, momentos de empuje al delirio no sólo iniciadores sino también de producción de fenómenos elementales que van complejizando y haciendo avanzar el delirio.

5°- CONCLUSIONES: LOS FENÓMENOS DEL DELIRIO DESDE LA ESTRUCTURA DEL LENGUAJE, EN LA ÉPOCA DEL OTRO QUE NO EXISTE.

Retomo una cita de Lacan a la que Emilio Vaschetto hace referencia en “Psicosis contemporáneas”: “La relación entre el significante y el sujeto, que ese análisis descubre, se encuentra, (…), desde el aspecto de los fenómenos, si, regresando de la experiencia de Freud, se sabe al punto donde conduce”[63]. Me valdré de esta afirmación para traducir algunos de los fenómenos a los que hice referencia en la parte de psiquiatría clásica, desde la estructura del lenguaje tal como la formula Lacan haciendo una relectura de Freud. La propuesta se presenta como una sugerencia y modelo para pensar tanto la psicopatología como la dirección de la cura.
Los fenómenos elementales y el delirio, según se vio en el punto anterior, se podían localizar como S1/so en relación a los f.e. como preguntas y como S2/a….a´ en cuanto a las interpretaciones y fenómenos de la línea imaginaria que intentan responder de alguna manera al vacío generado en el tiempo anterior. Pues bien, intentaré ahondar un poco más en esta clasificación a los fines de que la estructura del lenguaje se haga más evidente aun y sea más sencillo hacer la lectura de los fenómenos. Agregaré un modo de pensar la estructura de algunos de éstos fenómenos, clásicos si se quiere, desde la célula elemental del lenguaje y su falta de punto de capitón en la psicosis; y por otra parte intentaré destacar la prevalencia del S1 sobre el so en algunos fenómenos y viceversa; así como la diferencia entre S2 (interpretación) (triang.) a….a´ (fenómenos imaginarios) y la estabilización en la metáfora delirante.
En el polo de lo que podría llamar “significante asemántico” sitúo aquellos fenómenos donde prevalece el S1 en tanto que es éste se destaca por sobre el vacío de la falta de significación. El ejemplo más claro aquí sería el neologismo, el cual tiene además la particularidad de hacer de plomada o de puntuar la cadena. Pongo en esta misma línea a los automatismos afectivos, motores, emotivos y volitivos en tanto que impuestos, los juegos verbales parcelarios, la alucinación verbal y la vivencia delirante primaria y la idea delirante verdadera, sin que se ponga en juego ninguna interpretación[64]. Se puede establecer una continuidad entre algunos de estos fenómenos y la célula elemental del lenguaje funcionando desajustadamente a consecuencia de la falta del punto de capitón. Bajo esta perspectiva se pueden leer: el devaneo mudo de recuerdos, la emancipación de los abstractos, vacío de pensamiento, el pasaje de un pensamiento invisible, donde a decir de Clérambault se combinan un reconocimiento anticipado y un olvido, lo cual habla de un destiempo entre la anticipación y retroacción en la cadena. Del mismo modo la conducta del sujeto durante un episodio de manía puede tratarse también de una metonimia sin nada que la puntúe o la limite. Del lado del predominio del vacío se puede ubicar a la perplejidad; en tanto que si ya se pone en juego algo de la significación, aunque no se sepa de qué se trata eso que le alude, se estará en el enigma.
Es así como se va llegando a la “significación de significación” circunscribiendo cada vez más la falta de significación, lo cual queda claramente representado en la significación personal, hasta llegar a la interpretación como un S2 que se pone en relación con objetos imaginarios sin poder cernir un sentido que contribuya a la estabilización en tanto que fija algo del goce[65].
Entiendo que esto puede ser coherente con lo que Vaschetto y Álvarez denominan “clínica de las bellas formas”, y esto es así en dos sentidos: en cuanto a “encontrar el gnomon que permita conducir la cura”[66] y en el sentido de aquella “nueva clínica que convive con la vieja clínica, (…) No es que hayan desaparecido las viejas paranoias, ni las sorprendentes parafrenias, pero sí habitan en constelaciones clínicas mucho más borrosas”[67].
La primer orientación guarda relación con aquello de que en el fenómeno elemental se encuentran indicaciones concernientes al modo de estabilización de la psicosis, las cuales son pesquizables a partir de los significantes que se ponen en juego allí, tal como parece demostrarlo el caso presentado a pie de página unos párrafos más atrás[68].
Del mismo modo se debe destacar como las psicosis de esta época, del Otro que no existe, o de la subida al cenit del objeto a, se plasma en psicosis menos propicias para los delirios más estructurados y floridos que tanto abundan en la literatura clásica. Es así que nos las tenemos que ver con fenómenos mínimos que nos invitan a trabajar en una clínica que está más cerca de los detalles que de las grandes manifestaciones delirantes. Lo cual implica también repensar el lugar del clínico en la dirección de la cura, ya que: “el lugar del analista como secretario del alienado, como receptor de un testimonio que alienta al sujeto a la estabilización del significante y el significado (vía la metáfora delirante), ha quedado cualitativamente desplazado al lugar de un destinatario del significante aislado en lo real, o al igual que el contrapunto orquestal, al otro lugar desde donde hace resonar en forma atenuada los efectos de la no extracción de goce o del desanudamiento de sentido, de la frase o del cuerpo.”[69].
Y es aun en este contexto que adhiero a repensar a los grandes clínicos a la luz de la teoría psicoanalítica sin desdeñar la estructura del lenguaje, sino reenganchándola en una clínica de la locura que, valiéndose de la época del Otro que no existe, pueda ir más allá de la sin razón, como tal vez, me animo a pensar, hubiese querido Foucault.


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NOTAS:


[1]“La correcta aplicación de estos criterios requiere un entrenamiento especial que proporcione conocimientos y habilidades clínicas.” DSM IV R Versión digitalizada
[2] DSM IV R Versión digitalizada.
[3] FOUCAULT, Michael. Historia de la locura en la época clásica. (México, Fondo de cultura económica, 1964) p.115
[4] Ibid. p.335
[5] Ibid. p. 340
[6] Ibid.
[7] Ibid. p. 360
[8] Ibid. p. 361
[9] Ibid. p.320
[10] Cabe destacar que el término melancolía en esta época englobaba muchos estados patológicos con delirio monotemático.
[11] Ibid. p.421
[12] LOCKE, John. Ensayo. Citado por BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996) p. 29
[13] Cabe recordar que es a la concepción de este autor sobre las monomanías a donde remite E. Laurent, en una de las primeras indicaciones para este campo dentro del psicoanálisis lacaniano, para el estudio de las toxicomanías.

[14] BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996) p. 61
[15] STAGNARO, Juan Carlos (compilador) Alucinar y delirar. Tomos 1 y 2. (Buenos Aires, Polemos, 1998)
[16] ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998)
p.114
[17] VON KRAFT EBING Traité clinique d’ Psychiatrie.Citado por ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998) p.423
[18] SÉRIEUX, Paul y CAPGRASS, Joseh Les folies raisonnantes. Le délire d’interpretation. Paris. Citado por ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998) p. 149
[19] SÉRIEUX, Paul y CAPGRASS, Joseh. Délire de revendication. Citado por ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998) p. 150
[20] GUIRAUD, Paul. Psychiatrie clinique, Citado por BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996) p.108
[21] Los juegos de palabras también son trabajados por otros autores, Lacan entre ellos, y pueden consistir en la asociación por asonancia, consonancia, literalización de una palabra, etc.
[22] LACAN, Jacques. De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. (Buenos Aires, Siglo XXI, 1932).
p. 27
[23] Es de notar que lo deliroide no implica lo cuasi delirante tal como lo introduce el galicismo.
[24] JASPERS, Karl. Psychopatologie génerale. Citado por LACAN, Jacques. De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. (Buenos Aires, Siglo XXI, 1932) p. 126
[25] Ibid. p.128
[26] BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996)
p. 112
[27] “Hay una acentuación sensitiva dada por la misma enfermedad como elemento adicional de en sí percepción normal” (Por lo tanto esto) “lleva una alteración en la identificación secundaria en el sentido de que entre todas las interpretaciones posibles es preferible la que se refiere a la propia persona, es la significación personal de Niesser, y de esta manera se favorece el surgimiento del Delirio de relaciones. (…) consiste en una alteración de las propias percepciones (…) el enfermo hace la observación de que la gente se detiene, en ocasiones debido a él, se apartan y hacen o efectúan cualquier clase de gestos (…) lo siguen, las miradas y los gestos de personas extrañas se refieren a él, ”. En WERNICKE, C. Tratado de psiquiatría. Citado por VASCHETTO, Emilio. Psicosis contemporáneas. Virtualia N° 16. Marzo del 2007. www.eol.org.ar

[28] KRETSCHMER, Ernst. Paronia et sensibilité. Citado por ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998) p. 235
[29] CLÉRAMBAULT, Gaetän Gatian. Automatismo Mental y Paranoia. (Buenos Aires, Polemos, 1942) p.106
[30] Ibid. p. 90
[31] CLÉRAMBAULT, Gaëtian Gaitan. Psicosis basadas en automatismos, Citado por MAZZUCA, Roberto. y cols. Las psicosis: fenómeno y estructura. (Buenos Aires, Ed. Berggasse, 2004) p. 232
[32] Dalí entendía la paranoia como: “una interpretación delirante de la realidad, pero toda paranoia es una forma creativa y lógica de interpretar la realidad, no un error de interpretación”. (En Dalí, S. “El burro podrido”. Madrid 1939.)
[33] LACAN, Jacques. De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. (Buenos Aires, Siglo XXI, 1932) p. 223
[34] Se vale para esto de dos conceptos en relación a la creencia, el juicio y la percepción, desde una perspectiva semiológica. El de William James: “Todo objeto (imaginativo) que no se topa con una contradicción se convierte ipso facto en un objeto de creencia”; y el de Spinoza: “la suspensión del juicio, es pues en realidad una percepción y no una libre voluntad. En ESPINOZA, Baruch. Ética: Demostrada según el orden geométrico 1659 Trad. (Madrid. Editora Nacional. 2004) p.49
No obstante James omite un pasaje de la cita de Spinoza donde diferencia claramente la creencia, que más del lado de la imaginación aun con el juicio suspendido, de la certeza; es por ello que puede ser forzado e inexacto utilizar el concepto de creencia delirante para la génesis del delirio. También el DSM IV plantea el concepto de delirio desde la creencia falsa.
[35]EY, Henry. Estudios sobre los delirios. (Madrid, Ed. Paz Montalvo, 1950) p. 59
[36] Aunque muchos matemáticos utilicen la intuición para formular las hipótesis de sus teoremas, que luego intentan demostrar. Se incluyen aquí psicóticos célebres como J. Nash quien decía que sus alucinaciones e intuiciones delirantes le sobrevenían de la misma manera que sus hipótesis matemáticas.

[37] Ibid. p. 88
[38] Ibid.
[39] INGENIEROS, José. Obsesiones e ideas fijas. Citado por BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996) p. 88
[40] La cita completa indica el mecanismo de este pasaje: “El proceso de desagregación psicológica se acentúa día a día en una especie de trabajo lento que conduce a un empobrecimiento más y más pronunciado de la conciencia personal (…) no hay ya control, ni crítica; la lucha y la duda dan paso a la adaptación y a la creencia” (delirante). En BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996) p. 92
[41] JAKSON, J.H. On imperative ideas. Citado por BERRIOS, Germán y FUENTENEBRO DE DIEGO, Filiberto. Delirio. (Madrid, Ed. Trotta, 1996) p. 94
[42] Un paciente que vimos durante el segundo año de la residencia nos decía que cada vez que se bañaba se jabonaba tres veces y que cada vez que se lavaba las manos lo hacía cinco veces ya que tenía la impresión de que podía quedarle algún microbio o alguna suciedad en la piel, siendo este un argumento que de algún modo daba cuenta de la duda y la vacilación en la justificación de su compulsión.
[43] Otra paciente, seguida por consultorio externo, de la que en principio no podíamos establecer si en su caso se trataba de ideas obsesivas o delirantes, realizaba distintas maniobras, que tal vez se podrían llamar rituales, para no tomar contacto con los microbios: lavarse, ponerse guantes, no barrer y hasta en algunos momentos no tocar nada y no salir de la casa por temor a contaminarse. La idea de que todo estaba contaminado con microbios y que ella podía contagiarse, aunque no sabía de qué, había aparecido de manera abrupta, al modo de la intuición, a los doce años y durante esos momentos su conciencia no permanecía divida respecto del daño que le podían causar los microbios, ni existía el conjuro con la realización del acto.
[44] “Por último, para proteger la idea obsesiva del trabajo de disolución conciente, sirve también escoger un texto indeterminado o ambiguo, si es que se quiere separar esto de la desfiguración como concepto unitario. Entonces ese texto, sobre el que se incurre en un malentendido, puede entrar en los delirios {Delirie}, y las ulteriores formaciones o sustituciones de la compulsión se anudan al malentendido, en vez de hacerlo al texto correcto. Sin embargo, se puede observar que esos delirios se afanan de continuo por obtener nuevas referencias a la sustancia y texto de la compulsión, no acogidos en el pensar conciente.” FREUD, Sigmund. A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909) Obras Completas en formato digital. Amorrortu
[45] Las especificidades del delirium exceden los límites de este trabajo, no obstante se puede ver lo dicho a propósito de Ch. Lásegue y el delirio alcohólico en el capítulo sobre psiquiatría clásica.
[46] Desde una perspectiva psicoanalítica, hoy en revisión, J.C. Maleval sostiene que el neurótico al delirar se vuelve cautivo de la imaginarización del objeto a (imágenes de los objetos que constituyen su mundo), que lo hace ante la vacilación del fantasma (perdiendo las coordenadas que hacían a la relación con sus objetos) y que con el delirio busca un modo de obturar la aparición de la angustia (entendida como el enfrentarse al agujero de la castración sin el velo que antes constituía el fantasma). Estas manifestaciones, propias del delirium, guardan relación con la significación fálica en el sentido de que es algo de lo reprimido lo que se pone en juego a través de ellas; lo cual hace que en determinado punto del recorrido de una cura estas manifestaciones puedan ser descifradas, consideradas en su valor metafórico, como formaciones del inconciente.
Otros puntos que servirían para diferenciarlo del delirio en la psicosis es que el delirium es poco o nada elaborado, a diferencia de un delirio sistematizado que procura ser una “tentativa de curación”. Tampoco generan una certeza incuestionable, ni neologismos pétreos, ni se experimenta en ellos el impulso a ser mujer ni la muerte del sujeto; características éstas que dan cuenta de la estructura psicótica en tanto que, por ejemplo, pueden fijar puntuaciones en significantes sin sentido que ordenen la metonimia discursiva (neologismos), o que hagan consistir a La mujer, forcluída de la estructura, ante la imposibilidad asumir una posición sexuada y en un intento de elaboración delirante. En suma, el delirium en el neurótico se mantiene dentro de los límites de la significación fálica. Cuestión que tal vez sea difícil de cerrar en un primer diagnóstico y que antes bien se irá corroborando a medida que se desande el trabajo de una cura.
[47] Si bien esta creencia no tendrá las mismas características que las neuróticas en cuanto a ser puestas en relación con la creencia en el inconciente y en el sujeto supuesto saber, sí se obtiene de ellas un rédito en la morigeración del goce, tal vez al modo de la “pequeña invención”, cuestión que muestra la siguiente viñeta clínica: “(se trata de) una mujer con alucinaciones auditivas que le decían que, si ella comía, la familia se iba a morir, (…) por lo tanto era ella la que no comía, presentaba un fenómeno de anorexia. En otros momentos escuchaba que, si comía, era ella la que iba a morir. La intervención fue que, si ella comía la familia no iba a morir. Trae como respuesta que lo hablado la había tranquilizado pero que cuando estaba comiendo dulce de leche las voces se intensificaron: “Si comés dulce de leche, tu familia va a morir”. La intervención fue que no comiera dulce de leche pues su familia moriría, lo que fue casi dictado por la sujeto, quien a partir de ese no, construyó lo que era posible comer. ¿Se modificó su certeza? No, se construyó una creencia al lado de esa certeza.” En CHAMORRO, Jorge. Clínica de la psicosis. (Buenos Aires, Cuadernos del ICBA, 2004) p. 223
[48] FREUD, Sigmund. Duelo y Melancolía. 1915. Versión digital de las Obras Completas. Amorrortu.
[49] Dicho cambio se contextualiza en lo que se ha dado en llamar: “ruptura epistemológica”, representada por el psicoanálisis; en tanto que ofrece una explicación consistente de los fenómenos, a través de los mecanismos del inconciente, corroborables por la vía del método clínico y en permanente construcción. Se puede ampliar acerca de epistemología en psicoanálisis en BRAUNSTEIN, Nestor; PASTERNAC, Marcelo y SAAL, Frida. Psicología: ideología y ciencia. (D.F., Siglo XXI Ed., 1979)

[50] FREUD, Sigmund. Duelo y Melancolía. 1915. Versión digital de las Obras Completas. Amorrortu
[51] Cito un caso de un paciente, con diagnóstico de depresión psicótica, con el que tuvimos la posibilidad de trabajar durante la residencia, quien había realizado al menos cuatro o cinco pasajes al acto, bordeando la muerte en más de uno, y padeciendo un estado de tristeza, con ideas de culpa, indignidad y angustia, durante esos momentos. Sus únicos períodos de estabilidad, posteriores al desencadenamiento, se los había proporcionado años atrás a través del forjamiento de un delirio en el que el sujeto tenía que trabajar para hacer conocer a Jesús a partir de unas visiones que había recibido de dios. Se ve aquí como la visión, experiencia de certeza, constituye un retorno desde lo real y contribuye a que el sujeto haga algo con su enfermedad. La dirección seguida en ese caso, para sacarlo de un estado de estupor creciente en el que se había subsumido durante la internación, fue intentar de una y mil maneras que trabaje para nosotros (en hospital de día, caminando, leyendo en el consultorio, comiendo, etc.), para dios o su familia, aflorando otra vez las significaciones que le permitieron poner en juego nuevamente la pulsión de vida y reengancharse al Otro.
Este caso fue presentado en las Jornadas de Residentes del 2006 bajo el título: “Trabajo psicoanalítico con psicosis en servicios de internación”.
[52] Estos aparecen trabajados por R. Mazzuca en el artículo: “Consecuencias de la intervención freudiana en la historia del concepto de paranoia en la psiquiatría, con especial referencia a la represión”. En MAZZUCA, Roberto. y cols. Las psicosis: fenómeno y estructura. (Buenos Aires, Ed. Berggasse, 2004)

[53] SAUVAGNAT, Francois. Fenómenos elementales y trabajo institucional. Conferencia pronunciada en el marco de la sección madrileña de la EEP. 1998
[54]ÁLVAREZ, José María. La certeza como experiencia y como axioma. En Virtualia N° 16. Marzo 2007. www.eol.org.ar
[55] ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998) p. 429
[56] El autor relata un caso, en la N° 16 de Virtualia, donde un paciente paranoico instalado en el axioma de certeza: “mi padre me persigue”, despliega todas las calamidades que ha padecido por parte de éste, asimismo lleva un registro detallado y lleno de anotaciones de todo lo que se le hace para que puedan comprobar que no está loco. Pero esto no lo lleva a escapar de su hogar ni nada por el estilo sino a querer tirarse al río, aunque por otra parte dice que moriría si es preciso para que se haga justicia, es esto todo lo que le importa en la vida, aun cuando pasa días encerrado en el pajar sin probar bocado. Y “Por más que los datos que relata (….) coincidan con la realidad, cosa que nos parecía evidente a quienes tuvimos la ocasión de tratar con él (padre), la posición que R. tomaba respecto al Otro perseguidor nos indica con precisión la estructura psicótica que intenta maniobrar. Su paranoia rudimentaria está por completo anclada a una fórmula mínima relativa a su Otro, a una certeza delirante que por lo demás coincide con la realidad. R. está lejos de haber inventado un sistema delirante, cosa que de darse algún día le supondría inventar alguna respuesta sobre el porqué y el cómo de su posición de objeto de goce del Otro…”.
Otro caso donde se llega al determinar el delirio antes por la certeza que por la realidad objetiva se pudo trabajar en el Hospital El Sauce, allí la celotipia, en el axioma: “Mi mujer me engaña”, coincidía con la infidelidad de la mujer. Pero era la certeza en relación a cómo le llegaba la información acerca de esta (a través de cartas que le arrojaban en el techo, por debajo de la puerta de origen desconocido; a través del anuncio de brujas; de la experiencia de un vecino que llevaba su mismo nombre y cuya experiencia se correspondía punto por punto con la suya; y de la interpretación de ciertas imágenes), así como la extensión de la infidelidad a otras mujeres complotadas con su esposa en este punto, fue lo que nos corroboró que se trataba de un axioma delirante. Como se ve aquí el delirio aparece más desarrollado que el caso que presenta Álvarez, cuestión que se evidencia en un menor dolor psíquico, ya que el sujeto pudo en algún sentido maniobrar el exceso goce (el paciente se puede relacionar, aunque superficialmente, con otras mujeres; también trabaja, etc.).
[57] Un estudio detallado acerca de la taxinomia en la botánica y en la liguística, en relación a características sociales e históricas, se puede encontrar en “Las palabras y las cosas” de M. Foucault.
[58] “Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto parasitario, como decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto hace una construcción, una reacción fibrosa destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental. Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de modo distinto que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma.” LACAN, Jacques. Seminario 3: Las psicosis. (Buenos Aires, Paidos, 1955) p.33

[59] LAWLOR, R. Geometría sagrada. En MAZZUCA, Roberto. y cols. Las psicosis: fenómeno y estructura. 2° edición (Buenos Aires, Ed. Berggasse, 2004) p. 137
[60] La diferencia entre significación y sentido, que corresponde a la última clínica de Lacan (Seminario 20), puede ser considerada de la siguiente manera: la significación como lo que siempre se desplaza, en tanto que una significación remite siempre a otra; y el sentido como aquel que se circunscribe a un significante y puede cernir algo de lo real.
[61] MILLAS, Daniel. Intervención en MILLER, Jacques Alain y otros. El saber delirante. (Buenos Aires, Paidos, 2005) p.64
[62] Ibid. p.81
[63] LACAN, Jacques. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. Escritos 2 (Buenos Aires, Siglo XXI, 1955)

[64] La ausencia de interpretación, de un S2 o de alguna significación en relación a lo imaginario, puede ser estragante. Una paciente acusa siempre el mismo fenómeno, a mi modo de ver de experiencia de certeza. Le sobreviene una sensación de tirantez en la piel, que se acompaña de cierta perplejidad, angustia, y la imposición de la idea de cortarse la piel. Finalmente se corta y esto hace que salga de aquel estado, sintiendo la sensación de la sangre correr por su piel. Aquí la morigeración del goce se encuentra del lado del acto sin poder construir otro tipo de solución. Actualmente se está trabajando con ella distintas cuestiones que hacen a la relación con su cuerpo y con su piel (en esto también se incluye la relación con los demás) consiguiendo una mejoría notable.
[65] Como modo de representar cuán insuficientes pueden ser para cernir el goce las interpretaciones delirantes valga el siguiente ejemplo. Una paciente esquizofrénica es mandada a escribir, actividad que dice realizar de manera automática (“escriben ellos a través de mí”) y recibe órdenes a través de los mensajes de celular y por de distintas experiencias que le suceden en la calle, que le van indicando como deber conducirse a cada momento. Tanto el primer fenómeno, de automatismo motor (donde predomina el significante des-encadenado), como el segundo de percepción delirante, logran engancharse a la interpretación de que ella debe “sacrificarse por la especie”; no obstante es claro como esto no alcanza a morigerar el goce de manera adecuada y dice sentirse más aliviada cuando al cabo de un tiempo encuentra soluciones para no recibir más instrucciones, como por ejemplo caminar por la vereda siempre mirando el piso, lo cual entiendo posee el estatuto de pequeña invención.
[66] VASCHETTO, Emilio. Entrevista personal.
[67] VASCHETTO, Emilio. Psicosis contemporáneas. Virtualia N° 16. Marzo del 2007. www.eol.org.ar
[68] J.M. Álvarez hace un brillante análisis del caso Schereber a partir del significante “puta” en ÁLVAREZ, José María. La invención de las enfermedades mentales. (Madrid, Ed. Dor, 1998).

[69] VASCHETTO, Emilio. Psicosis contemporáneas. Virtualia N° 16. Marzo del 2007. www.eol.org.ar